Olga L González
Informa la prensa colombiana que está a punto de firmarse un contrato de compra de aviones de guerra (Rafale franceses) por parte de gobierno colombiano. Desconcierta la noticia, pues 1) se da en plena tregua navideña, cuando menos debate hay, y 2) llega de la mano de un gobierno progresista, del que se espera que haga las cosas de manera diferente a los gobiernos anteriores.
¿Por qué una decisión de este calibre es tomada sin discusión real? Es cierto que la nula deliberación ya ha sucedido con otros temas importantes. El déficit de democracia es tal en nuestro país, y los partidos son tan poco representativos de los intereses de los colombianos, que iniciaremos el año 2023 con una decisión gravosa, poco sustentada, contraria a los valores de la izquierda y antidemocrática.
Por desgracia, la izquierda ha brillado por su ausencia en este debate. ¿Acaso los partidos y la prensa de izquierda se niegan a pensar el problema? Salvo algunas declaraciones aisladas, se observa cierto simplismo (por ejemplo, confundiendo problemas de inseguridad doméstica y problemas de defensa exterior). En este breve artículo presento algunos puntos sobre porqué la izquierda no debe aprobar la compra de dieciséis aviones Rafale por un costo de entre 15 y 20 billones de pesos, o sea cerca del cinco por ciento del presupuesto nacional.
Es preciso recordar, en primer término, que la izquierda no es pacifista per se. Es decir, no es por una posición de principios —no es por un pacifismo ciego— que la izquierda se opone a la guerra. Hay circunstancias que hacen obligatorio armarse y que hacen imperativa la guerra. Los ejemplos históricos abundan, siendo el más evidente la lucha contra el nazismo. La amenaza nazi no hubiera sido detenida a punta de imprecaciones ni a punta de rezos: para los aliados, para la URSS y para Estados Unidos, fue necesario armarse para combatir este totalitarismo. Así que, en determinadas coyunturas políticas, es preciso armarse. Ahora bien, aparte de estos momentos, en regla general la izquierda no es amiga de reforzar a las Fuerzas Armadas. ¿Por qué?
Porque ser de izquierda es defender ciertos valores, y en particular defender los intereses de las mayorías. Ser de izquierda implica poner al pueblo por delante de las clases privilegiadas. Ser de izquierda es apoyar las iniciativas de transformación social y no a las instituciones retardatarias. Ser de izquierda, en esa misma línea, es velar por los intereses de los que siempre han estado desposeídos: los niños que mueren de hambre en la Guajira, los escolares que van a estudiar en condiciones indignas (sin agua, sin acueducto, sin instalaciones ni comida adecuadas). Es pensar primero en los jóvenes que (aun con diploma de bachiller o universitario) no tienen perspectivas laborales, o enfrentan la informalidad y la precariedad. Es pensar en las mujeres, que tienen mayores índices de desempleo y que suelen tener doble carga (laboral y familiar) y menores sueldos, menores pensiones. Es pensar en los adultos mayores que no tienen derecho a la pensión, una rotunda mayoría de los colombianos. Ser de izquierda es pensar primero en ellos que en los oficiales del Ejército, que son una suerte de casta con enormes privilegios.
Una izquierda responsable debe saber evaluar la situación geopolítica y estar en capacidad de distinguir los peligros y amenazas reales de la paranoia o de interesadas declaraciones alarmistas. En este punto, es preciso recordar que la compra de los aviones ha sido defendida en grandes medios de comunicación por los principales interesados: el Ejército y la Fuerza Aérea Colombiana. De entrada, deja mal sabor que se consulte precisamente a los interesados en este negocio sobre los peligros o amenazas que tiene Colombia. Es preferible consultar a los civiles bien informados, a los periodistas, a los analistas independientes (es decir, no pagos por la industria militar). Cuando se miran las cosas con este criterio, resulta que no existen amenazas reales a la soberanía de Colombia, al menos no en la forma de ataques convencionales que justifiquen este tipo de compra. Colombia no está en guerra. Adicionalmente, Colombia tiende a no intervenir mucho en conflictos internacionales (ni siquiera contra el Eje, durante la segunda guerra mundial, hubo acciones militares). De hecho, las principales amenazas que enfrenta Colombia son de otro orden: criminalidad organizada multinivel, mafias, tráficos ilegales, interminable conflicto interno (antes: FARC, hoy, disidencias, ELN y paramilitares). Pero nada de esto se combate con aviones de caza, por muy rápido que vuelen.
El problema de la soberanía sale a relucir por estos días. Y acá, de nuevo, un examen desde la izquierda da luces. La izquierda no es nacionalista. Es más amiga de la igualdad y la justicia que de las banderas y las fronteras. La derecha habla por estos días de la importancia de proteger la “soberanía de Colombia”, entendida como un problema exclusivamente militar. Habría que recordar que, en sus doscientos años de vida republicana Colombia no ha perdido zonas gigantescas de su territorio en guerras fronterizas: las ha perdido por el pésimo manejo político y jurídico de sus dirigentes. No es por falta de armas que se han perdido aguas territoriales en San Andrés o territorios en Panamá y el Amazonas; es porque esas zonas son consideradas de segundo orden por presidentes y ministros en Bogotá. De la misma forma, quienes hoy desde Bogotá pregonan la necesidad de tener una flota de aviones caza para asegurar la soberanía de Colombia, deberían más bien examinar los problemas reales del archipiélago: hoy no existe una verdadera infraestructura hospitalaria en San Andrés y Providencia, no existe una soberanía real para que el pueblo sea atendido en condiciones dignas, no existe una verdadera política para atender el problema de los homicidios o de los efectos de la pandemia y el huracán Iota. Quieren gastar recursos en aviones cuyo solo costo de mantenimiento estaría mejor dedicado a afrontar los problemas reales de estos territorios.
El presidente Petro afirmó en su discurso de la plenaria en la ONU ser un gobierno que defiende la vida, que defiende a la Amazonía. Dijo que no se puede destinar más dinero a las armas que a la vida. Había esperanzas en que el gobierno Petro cumpliera con su palabra y que tuviera ambiciones en cuanto a su rol internacional: encabezar, junto con Brasil, la protección de las riquezas naturales y de la diversidad de Sur América. Por supuesto, este tipo de misiones no pueden ser sólo retórica y discurso: dedicarle atención al medio ambiente exige inversión, exige priorización, exige personal, supone protocolos, desarrollo legal, sistematización, formación. Pero esto no se avizora por ningún lado: el presupuesto nacional le destina migajas al rubro ambiental. En contraste, aparece una estrategia de militarizar la defensa de la Amazonía (doce helicópteros militares entregados por Estados Unidos).
Ahora, la compra de estos sofisticados aviones podría iniciar una escalada armamentista en el continente. Hasta hoy, América Latina ha tramitado sus diferencias de manera pacífica y enfrenta retos gigantescos (como la integración económica o los movimientos migratorios). Los enormes fondos destinados a la defensa nacional de Colombia (uno de los rubros más elevados del presupuesto nacional) van a incrementarse considerablemente y pueden amenazar la estabilidad regional.
Dejar que los militares dispongan de tan abultados presupuestos y de tanto poder de decisión sobre las finanzas públicas revela, en últimas, un proyecto antidemocrático: aparece como una decisión arbitraria (combatida en el pasado por el candidato Petro y por la izquierda con justa razón) pues no ha dado lugar a una consulta de lo que quiere el pueblo colombiano. Las cosas no han cambiado hoy: recordemos que en ninguna de las mesas interseccionales que se han llevado a cabo para priorizar las necesidades nacionales y locales ha surgido la compra de aviones de guerra como prioridad sentida. La izquierda y el progresismo, ya sea organizada en movimientos y partidos, en ONG, en prensa, en redes académicas, en círculos de ciudadanos, debería pensar y debatir más sobre este tema.