Por: Jimmy Viera
Piedad Esneda Córdoba Ruíz nació un 25 de enero de 1955, hace 69 años. Recibió las aguas bautismales en medio de la dictadura del General Rojas Pinilla y en el primer año de su existencia, se instaura el Frente Nacional, pacto de las clases oligárquicas del país, que instauraron por más de 30 años el Estado de sitio permanente. Una dictadura de dos partidos que se alternaron las riendas del poder y del manejo de un Estado contrainsurgente desde su nacimiento, con la cartilla del enemigo interno y la doctrina de la seguridad nacional.
Su juventud transcurrió parejo con la expansión en Medellín de una élite dominante que basaba su poder en la renta de la tierra y una industria con una clase obrera en lucha. Le tocó vivir en la Colombia de mitad del siglo veinte, sociedad conservadora, modelada por los intereses de latifundistas, industriales y capital financiero, cuyo sistema político no daba cabida a los sectores populares, menos para los negros y los indígenas como clara muestra de su colonialismo, en medio de una inestabilidad y violencia política como constante.
De la mano de sectores progresistas dentro del partido liberal, se hizo concejal de Medellín, diputada, Representante a la Cámara y Senadora de la República, gaitanista de principios, admiradora de la revolución cubana y solidaria con la revolución bolivariana de Venezuela, con las luchas del olvidado pueblo de Haití, Palestina y el pueblo Saharaui. Militante del Cumbe Internacional Antiimperialista - Afrodescendiente y del Foro de Sao Paulo.
Fue secuestrada en 1999 por los paramilitares que actuaban bajo las órdenes de un connotado industrial de Medellín, quien pedía a los captores su muerte. En 2003, un año después de que Uribe Vélez fue elegido Presidente, Córdoba encabezó la gran coalición democrática que derrotó el referendo constitucional neoliberal propuesto por Uribe Vélez, en el que se ponían límites a las pensiones, al congelamiento de salarios de funcionarios públicos, regalías para los territorios, restringía la participación política, etc.
En el año 2004, Piedad Córdoba adelantó el debate sobre el robo de $25.000 millones de pesos a Ecopetrol por parte del ultraderechista Ministro del Interior del gobierno Uribe, señor Fernando Londoño Hoyos, el famoso debate de Invercolsa, que finalmente lo llevó a abandonar su cargo como Ministro.
Córdoba fue más que una rebelde liberal o progresista, buscaba no un cambio de gobierno, sino del sistema económico y social, ella buscó romper los resortes de la intimidación y el miedo y se enfrentó sola en el Congreso, en la memorable noche del 14 de diciembre del 2004, a las bancadas vinculadas con el paramilitarismo, develando y caracterizando al Estado colombiano como un Estado paramilitar.
Denunció el proyecto paramilitar como una expresión política y militar, producto de la alianza entre las élites y conformada por terratenientes, grandes exportadores, banqueros, cúpulas de partidos políticos - incluyendo el liberal- y corporaciones extranjeras. Proyecto que dejó profundos cambios estructurales en las regiones y en el país, como continuación del neoliberalismo, las reformas de Mercado, venta del patrimonio nacional a precio vil y en tiempo récord. Todo lo anterior sucedió ante una sociedad intimidada y mal informada con el avance armado del paramilitarismo y la expropiación por despojo de inmensos territorios y destierro de más de ocho millones de habitantes ancestrales y campesinos, 250.000 asesinados, con el silencio cómplice de los grandes medios de comunicación.
Luego de esto se vino sobre Córdoba el odio mediático y de clase del gran capital. En el 2006 fue asesinado su asesor, el compañero Jaime Gómez, como una macabra advertencia para silenciarla y no pudieron.
Los sectores económicos que se lucran de la guerra no le perdonaron que abriera las compuertas a la paz. A pesar de su ayuda en el 2007 para desatar los intrincados nudos del conflicto armado interno, ambientar una mesa de negociación de paz a través del intercambio humanitario y de salvar muchas vidas de prisioneros en manos de las Farc, continuó siendo perseguida, declarándose su muerte jurídica y sacándole del Congreso. Luego, por su persistente lucha logró la restitución de sus derechos políticos, pero nunca cesó la campaña de desprestigio por parte de las élites y sus medios de comunicación.
No conozco un ejemplo de agresión contra alguien como el que recibió Piedad. Los colombianos creyeron en improbables milagros económicos de los gobiernos de ajuste neoliberal, en soluciones mágicas antes que en el esfuerzo colectivo; toleraron en silencio matanzas inaceptables y el remate del patrimonio público acumulado durante generaciones y dilapidado en actos de corrupción. Sin embargo, no ajustaron cuentas con los responsables del desastre nacional, sino contra Piedad que condenaba esta situación aberrante, el embrujo autoritario había logrado su objetivo de hechizar a amplios sectores sociales, incluyendo algunos democráticos y de izquierda, que aceptaron pasivamente el avance del fascismo criollo encarnado en la política de la seguridad democrática que se sumaron al coro mediático contra Piedad.
De tantos golpes recibidos su humanidad empezó a deteriorarse, pero su moral de combate no, pues, como buena hija del orisha Oggun, como buena seguidora de la espiritualidad yoruba que la reconoció públicamente, tenía las virtudes de ese insigne guerrero del panteón africano, que nunca se doblegó y resistió hasta el último minuto de su existencia.
Piedad deja un legado de lucha política, junto a movimientos sociales del pueblo negro, de su lucha contra el etnocidio contra este y los pueblos indígenas, la lucha de las mujeres, movimientos por la diversidad sexual y la lucha de los territorios y regiones.
En su retorno al Congreso por la coalición del Pacto Histórico, con el aval de la Unión Patriótica, dejó banderas de lucha ambiental y de soberanía política, la preservación de la isla Gorgona y su oposición a que sea convertida en base militar norteamericana por este gobierno, lo mismo un ideario político plasmado en artículos y cartas al país en torno a la creación de un Poder Ciudadano y Poder Popular como expresión legítima de la soberanía del pueblo colombiano, rescatando el poder innato del pueblo para el pueblo y por el pueblo, la igualdad en la toma de decisiones en una democracia directa y no exclusivamente representativa.
Fue su desvelo la lucha por el Chocó, el Pacífico y San Andrés, lo mismo la lucha por las reformas sociales de salud, pensión y laboral en la Comisión séptima del Senado. También estaba en su agenda la eliminación de la deuda por los bonos de agua del gobierno de Uribe Vélez sobre muchos municipios, y su crítica al tratamiento de la deuda pública colombiana, la posición ortodoxa de la regla fiscal, el programa político del Fondo Monetario internacional, la privatización territorial y la criminalización social, lo mismo que la lucha continental e internacional que resumen su pensamiento político al final de sus días.
Piedad se despide del escenario político colombiano invicta. Sus enemigos nunca pudieron derrotarla, ni probar las viles acusaciones contra ella. Fracasaron en sus campañas mediáticas, no pudieron con ella, ni en vida ni después de muerta, como ha querido la derecha colombiana. Piedad, desde su féretro se despidió con una sonrisa porque no prosperó la última trampa que le tenía preparada la magistrada que siempre luce trajes de militar en la Corte Suprema de Justicia.
Esta lucha hoy continúa, pues, es la expresión clara de la lucha por el poder en Colombia y de unas clases y elites que no quieren el bienestar social colectivo, sino que se aferran a sus privilegios y en aras de mantenerlos, hoy desean llevar al país a un crisis total y paralizar o derrocar a un gobierno progresista que se les vuelve un estorbo en su camino de acumulación de grandes capitales.
Este gobierno para ella era un avance y por eso no podía darse el lujo de cometer los mismos errores de gobiernos pasados, debía hacer de verdad las reformas sociales prometidas en campaña y con el ejemplo pasar la página neoliberal, profundizar el proceso nacido en muchos años de lucha que culminaron en el estallido social de 2019 y 2021.
Entendía la gran oposición de la derecha a este gobierno progresista y la estrategia de no dejarlo gobernar a través del lawfare o guerra jurídica y el golpe de Estado. Mantenía su crítica fraterna al gobierno frente a errores que se han venido cometiendo y a las alianzas que sirvieron en su momento con el santismo. Pero que hoy con su oposición a las reformas sociales, le hace mucho daño a la continuación de un proyecto democrático y de transformación.
Fue de gran preocupación la unidad de las izquierdas y la creación de un nuevo bloque histórico, en medio de la fracasada coalición de gobierno por el chantaje burocrático de los partidos políticos y el llamado Pacto Nacional, que si no terminaba en una Asamblea Constituyente sería un pacto de élites como el de la Moncloa en España o la Concertación en Chile, de continuación del modelo neoliberal y de democracia disciplinaria o abiertamente autoritaria.
Piedad, la gran colombiana, nos recuerda lo que dijera José Martí sobre Bolívar: “Pero así está Bolívar en el cielo de América, vigilante y ceñudo, sentado aún en la roca de crear, con el inca al lado y el haz de banderas a los pies; así está él, calzadas aún las botas de campaña, porque lo que él no dejó hecho, sin hacer está hasta hoy: porque Bolívar tiene que hacer en América todavía”.
Piedad ha muerto como vivió: fiel a su patria, a los procesos de cambio latinoamericanos y mundiales, luchadora incansable, de limpia y abnegada postura, mujer generosa y cordial, amiga inolvidable, cimarrona bravía de voz huracanada en defensa de los excluidos y vilipendiados, su nombre está entre las heroínas insignes, mártires y creadoras de nuestra América.
El sable victorioso de Carabobo entregado por el gobierno venezolano a Piedad póstumamente, es de todo el pueblo colombiano, está en las manos de cada uno de nosotros y nosotras, sus hermanos de lucha defenderemos las causas justas que ella señaló y despejaremos el camino hacia una sociedad de iguales como ella lo batalló, por una patria y matria humanista, de bienestar social, libre de explotación, de racismo estructural y de democracia profunda, directa y radical.
Piedad vive en las luchas que dará el pueblo colombiano.