Por: Estefanía Ciro
Jorge Luis Borges escribió un cuento corto titulado “Del Rigor en la Ciencia”, catalogado en su biblioteca universal por él como parte del libro de Viajes de Varones Prudentes. Relata que en un imperio los cartógrafos lograron producir unos Mapas Desmesurados tan perfectos que el del imperio logró tener el tamaño del imperio y “coincidía puntualmente con él”.
Lo que ocurre en las negociaciones de organizaciones campesinas con el Estado tiene que ver un poco con una historia también de Mapas Desmesurados, solo que algunas en una versión más trágica de cartografías sin territorio, de mapas engañosos. Por esto, el Arte de la Cartografía, como lo llama Borges, también es un poco el Arte de la Guerra y lo que ha ocurrido en el Caquetá en los últimos años es un poco de eso.
Podríamos empezar con que, a mediados del 2021, recién desatorándonos de la pandemia, el país estaba convulso. Las protestas de noviembre del 2019 postergadas por el confinamiento por fin estallaron y con mucha más fuerza. Cali estaba en efervescencia y Bogotá se tomaba lo que le pertenecía por derecho propio, las calles.
En Caquetá no fue diferente, un amplio sector empezó a movilizarse en Florencia y los campesinos también decidieron sumarse haciendo una concentración. Sin embargo, la pelea no se vio en las calles sino adentro de las mismas organizaciones cuando empezaron a aparecer personas buscando suplantar las decisiones del colectivo. En el Caquetá un líder lo expresó claramente: “ellos son puro cascarón” y volvió a aparecer la histórica trampa de que unos ponen la gente y otros son los que se sientan en la mesa- pésima tradición-. Al contrario del cuento de Borges, una cosa era la realidad efervescente y otra cosa el mapa que los “líderes” empezaron a pintar en esas mesas.
Esto ocurrió, por ejemplo, cuando una coordinadora se presentó como aglutinante de todas las organizaciones el Caquetá y en Bogotá empezaron a creerle y se sentaron en la mesa de negociación campesina que se instaló en la marcha de 2021. Esta coordinadora, que había sido creada en el marco de las negociaciones de paz entre las FARC-EP y el gobierno de Juan Manuel Santos, fue debilitándose cuando las organizaciones integrantes que buscaba coordinar fueron abriéndose por inconformidades con la manera en que funcionaba el espacio. Al final quedaron solos y cuando llegaron a esa mesa su base social era muy limitada.
Varias organizaciones se negaron a participar y otros líderes se apartaron por los conflictos internos pero la mesa avanzó y ya estaba amarrada. Entre liderazgos legítimos y “cascarones” se mezclaron y firmaron los Acuerdos de Altamira con el gobierno de Iván Duque con una agenda que, como les gusta repetir a quienes se sientan y firman, “fue un hito”. Al final los de la coordinadora se convirtieron en los representantes en la mesa técnica de campesinos e indígenas – ninguno era por supuesto campesino o indígena- y así han ido de taller en taller, de reunión en reunión hasta aterrizar en el Ministerio de Ambiente con Susana Muhammad. Algo así como que pintaron un mapa de un imperio sin imperio.
Un primer problema de pintar un mapa así es que tomaron decisiones en los Acuerdos de Altamira acerca de territorios sobre los cuales “los cascarones” no tienen base social o sobre organizaciones que no les habían dado el aval, el Caquetá es ancho y largo y difícilmente “los líderes” de la mesa tenían influencia en el 5 por ciento del territorio. La implementación se volvió inviable. El segundo problema es que con los Acuerdos de Los Pozos se puede repetir la historia donde los mapas de los acuerdos no coincidan con los mapas de las organizaciones.
Esta preocupación se me vino a la mente leyendo lo acordado en el Acuerdo de Los Pozos donde le suman un segundo cambio a la mesa de Altamira. Se firmó que se van a integrar los acuerdos de Altamira, Villavicencio, Lejanías, Solano y un acta del 2022, reajustando su contenido y metodología. Se contratará un equipo técnico de nueve profesionales elegido por “las comunidades” para este trabajo, se convocarán “asambleas populares” para definir un plan contra la deforestación y por una economía para la biodiversidad. Los acuerdos de Los Pozos priorizan la implementación de los acuerdos de paz en un área no definida - ¿estas organizaciones van a definir lo que ocurre en todo el Caquetá en este tema? - con la construcción de proyectos que entren a OCAD PAZ hechos por gobierno. Todo es una maravilla, pero es un mapa creado sobre un territorio irreal.
El tema es que, por un lado, no se resuelven los problemas de representatividad que cargan los acuerdos de Altamira -donde varias organizaciones se han visto relegadas de la implementación lo cual era parte del lastre- y por otro se le suma ahora la falta de claridad sobre el rol de una nueva organización que ahora va a contar con un equipo técnico que va a “integrar” lo acordado previamente – ¿sobre qué porcentaje de veredas ejerce influencia esta organización en el Caquetá y cuáles fueron las asambleas que sustentan este proyecto organizativo?-. Es decir, estamos ante el peligro de que un tercero vaya a tomar decisiones sobre territorios en los que no tiene influencia o en donde la va a lograr circunstancialmente a partir de un acuerdo del Estado con esta.
De otro lado, el problema de crear mapas sin Rigor en la Política es que esa implementación se logra por malas prácticas, arbitrariedad, autoritarismo y no quisiera pensar que las “asambleas populares” – con presupuesto público- son para lograr esa anhelada influencia. Ese sería el anti-rigor de la política y no es de prudentes - ni de ministras que se presumen expertas en luchas campesinas, ni de un Estado dialogante- evitar hacer mapas justos e insistir tercamente en pintar falsos. Que los prudentes no sean la gasolina que mantiene vivo el incendio.