Por: Estefanía Ciro
El país no está nadando ni inundado en coca. A propósito de la entrega la semana pasada del Informe de monitoreo de cultivos de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), de los titulares bochornosos, las editoriales anacrónicas, las visitas al Putumayo y la discusión sobre la cifra coca - histórica sí, alarmante, ¡meh!- a la que llegaron los cultivos de coca, quisiera comentar tres cosas que dan pistas para entender de qué estamos hablando cuando se habla de hectáreas y de sustitución de coca - tan aplaudida en estos días-, e incluir unas cuantas recomendaciones.
En primer lugar, 200 mil hectáreas de cultivos de coca es tres veces el tamaño de Cali y poco más de la extensión de Bogotá. Sin embargo, la coca no está acabando nuestras selvas, realmente el país está nadando en ganado y pastos. Si hablamos de departamentos amazónicos - tan de moda en estos tiempos- el número de hectáreas en pastos en Caquetá era de 1 millón en 2014, según el Censo Nacional Agropecuario de ese año, y pasó a 1 millón 400 en 2019, según la Encuesta Agropecuaria de 2021. En Putumayo esta cifra se calculó en 215 mil en el 2014 y cinco años después llegó a 519 mil hectáreas. Nadie explica cómo en el Caquetá el inventario bovino pasó de 844 mil cabezas en 2016 a un millón ochocientas mil en 2019. A pesar de esto, el ganado y los terratenientes siguen pasando de agache, ofreciendo hectáreas para la reforma agraria y el gobierno colombiano pasado y presente volvió al estigma del “cocalero deforestador”. Volvimos a los noventa.
En segundo lugar, el fetiche de las hectáreas de coca oculta un tema central: la plata. Estas 200 mil hectáreas significan - como lo dijo un entrañable amigo- que “un sector de la élite colombiana está nadando en dinero” y otros están sobreviviendo. Este tema lo mencionó rápidamente Leonardo Correa en la presentación de UNODC: no se sustituyen hectáreas, se sustituyen economías. Con mis diferencias frente a lo que dice el Informe a la hora de interpretar la presencia de “boyantes centros poblados”, lo que sí es cierto es que es más correcto dejar de hablar de hectáreas y pensar en dólares contantes y sonantes, lo cual es lo que realmente se va a sustituir: un dólar de la pasta base o clorhidrato de cocaína por un dólar de: ¿bonos de carbono?¿carne de pollo?¿más ganado?
Fijarnos en la mata no nos deja ver que se trata de una economía que dinamiza la vida económica de territorios que, a pesar de que Gustavo Petro diga que “los proletarios de la coca están cansados de no ganar”, la gente está es cansada de la regulación violenta y el dinero de la cocaína que tiene impactos que desbordan los enclaves y las 200 mil hectáreas. Tanto así que esos dólares podrían estar sosteniendo el país - justo ahora que están tan escasos-. El peligro de la sustitución - o el fetiche de los cultivos de coca - es que implica una profunda crisis económica regional para lo cual debe planearse cuidadosamente un tránsito para las regiones cuyos ingresos dependen principalmente de esta actividad. Si esto no sucede, este gobierno cometería el mismo error que Uribe (I y II), Santos (I y II) y por supuesto Duque, un mercado vivo y violento. Sustitución 6.0 - contando mal-.
En tercer lugar, este no es el fracaso de “la estrategia de guerra contra las drogas de Iván Duque” como quieren hacerlo ver los medios; es el fiasco de todas las formas de “la guerra contra las drogas” en nuestro país - del cual por supuesto la versión más reciente es la de Iván Duque y se inaugura una nueva etapa con Gustavo Petro-. Duque no erró, al contrario, afinó las herramientas de un discurso mediático que insistía en “desmantelar al narcotráfico” - ¿dónde más hemos escuchado eso?-, en un gabinete que argumentó “asperjar para evitar las masacres” y ofreció la noticia semanal de incautaciones monumentales que necesita la prensa; así sostuvo la mentira - como lo hicieron todos los presidentes antes- para construir una burocracia que hiciera fluir nóminas, entrenamientos para las fuerzas armadas, paseos y traslado de tecnología e inteligencia para fines contrainsurgentes, y entre otras, para entrampar la paz, como lo hizo la DEA con Santrich. Sin darnos cuenta caemos en ese hoyo negro mental de defender que es necesario “hacer una guerra contra las drogas” más humana y no por fin aceptar que la salida es acabar “la guerra contra las drogas”.
Pero quieren sustituir ¿Qué enseñan más de 40 años de lo mismo? Campesinos, afrocolombianos e indígenas, los van a poner en la foto y usar para decir que es “mandato popular”. Parece más un cansancio popular, pero es necesario nadar - y salir medianamente ilesos-. Esa foto la pueden canjear y me atrevo a lanzar algunas ideas y advertencias: a.) No pidan sustituir coca, exijan sustituir economías; b.) demanden gradualidad, no destrucción inmediata de cultivos como condición de entrada a ningún programa; c.) soliciten tecnología, d.) reclamen en colectivo; e.) no acepten proyectos productivos sin comercio, lo suyo son contratos comerciales firmados para compra de sus productos a precios fijados; f.) les van a decir, si no cumplen los erradicamos, los castigamos; h.) el negocio de la marihuana debe ser suyo y g.) los salvará la organización. No les dé pena nunca decir que son cocaleros, tienen el derecho - y en esta coyuntura la obligación- de organizarse.
Los otros caminos del gobierno son fortalecer y respetar las regulaciones territoriales, apalancar el desarrollo a partir de esas iniciativas cocaleras, escuchar sus propios tránsitos. Asegurarse de generar las condiciones para disminuir las violencias entre los actores armados. Así podría pensarse después un salto al futuro por ejemplo aprovechar las 400 mil hectáreas en Rastrojo, Caquetá o las 141 mil hectáreas en Guaviare o las 350 mil en Putumayo - seguro sobrará-, y cultivar toda la coca que necesita el país para suplir la demanda mundial de cocaína en un gran complejo agroindustrial colectivo y que el Estado colombiano reciba los dólares que necesita la transformación rural y la transición energética. Pero para eso no nos dan permiso y les funciona un campesino apolítico, temeroso y perseguido. Nos ahogan en sus clichés. Nada mayor ocurrirá por lo menos hasta que ellos no terminen de apuntalar su negocio con la marihuana.