Bajo la luz de la luna llena y frente al fuego sagrado del sitio,
nuestros mamos y mayores nos dan Ayú para entregarnos la palabra dulce que debemos sembrar al momento de hablar, al momento de defender nuestros derechos y nuestras vidas,
porque el Ayú es Vida.
Por Óscar Montero
Ayú, la palabra viva de los Pueblos Indígenas Serranos, es la planta femenina más sagrada de los Kankuamos, Koguis, Wiwas y Arhuacos, es la memoria e historia que los padres y madres espirituales dejaron a los pueblos para hablar, sanar, compartir y resistir.
Ayú es la planta que camina, que habla y que ritualiza los espacios de vida de los pueblos. Ayú es alimento y sabiduría. Es mal llamada hoja de coca y es utilizada por algunos como base para su transformación en clorhidrato de cocaína.
“Ayú no es cocaína, como la uva no es vino”, escuche claramente en un discurso de un hombre cocalero de Bolivia en la provincia del Valle del Río Apurima y Ene en Pichari Perú en el Tercer Festival Internacional de la Hoja de Coca; allí los cocaleros rinden tributo a esta planta sagrada que también crece en los Andes, herencia del gran imperio Inca.
El Ayú es, sin duda, la planta sagrada de los Pueblos Indígenas y Campesinos de Abya Yala. En Colombia es la planta sagrada de más de 60 Pueblos Indígenas de los 115 que habitan en el país, todos la utilizan para armonizar, para la medicina y para la espiritualidad, unos para poporear con sus hojas y otros para mambear con la hoja ya pulverizada.
Como un solo tejido escrito en cada una de sus hojas, la planta sagrada del Ayú conecta la Sierra Nevada de Gonawindúa con los Andes del Macizo Colombiano en el Cauca y Huila, con la Amazonía, con la Sierra Nevada del Cocuy y con Bakatá centro de poder y ordenamiento de la Nación Muisca.
Hoy la planta sagrada del Ayú está amenazada por los cultivos que le dan un uso ilícito a la planta para la producción de la cocaína por los carteles de la droga y su economía basada en el narcotráfico. Ayú está amenazada por las fumigaciones con glifosato principalmente en Nariño y Putumayo, los cuales, en el momento, se han podido detener por las nefastas consecuencias de las fumigaciones sobre la vida humana, de las plantas, los animales y las fuentes hídricas. También está amenazada por la estigmatización y satanización que se hace de ella como en campañas televisivas como: “la mata que mata” y como si fuera poco por el desconocimiento de la institucionalidad colombiana en los usos que los Pueblos Indígenas le dan a la planta, desarmonías que en mi caso personal vivo a diario en cada aeropuerto del país explicando el significado y lo que representa para mi pueblo y mi cultura.
Por lo anterior, para los Pueblos Indígenas de la Sierra, atentar contra el Ayú es atentar contra la madre, contra la palabra y contra el espíritu de la sabiduría de los pueblos. Por eso los Mamos y Sagas siguen pagando a los padres y madres espirituales para que el Ayú siga floreciendo, para que siga germinando y siendo semilla de palabra dulce y armonía para los pueblos.
Armonía, que se ha desestabilizado por las dinámicas de la guerra, de la violencia y la desproporcionalidad del conflicto armado que no ha dejado exento a los Pueblos Indígenas de vincularlos en las lógicas de las economías del conflicto. Es así que niños y jóvenes Awá en Nariño y Putumayo por ejemplo han sido reclutados y engañados para ser raspachines y ser los últimos en la cadena del negocio del narcotráfico. En el Cauca, por ejemplo, los territorios indígenas en muchas ocasiones son utilizados por los actores armados para sembrar cultivos de uso ilícito y escudarse en la figura de resguardos para no tener “problemas” con la fuerza pública, y desarmonizar el territorio y entrar en confrontación con las autoridades y comunidades, y lo peor aún, hoy algunos de los sentenciados por narcotráfico quieren evadir la justicia ordinaria, queriéndose pasar por “indígenas” y así lograr que se les aplique la justicia indígena. Desde aquí igualmente hago un llamado a nuestras Autoridades a no caer en actos de corrupción que nos llevan a permear nuestra autonomía y a romper con nuestras luchas.
Con toda esta problemática de los malos usos que se le da a la Hoja de Ayú, la Paz Total del país debe ser con la naturaleza, y debe ser con el Ayú; no hay paz sino se resuelve en el país la situación de los cultivos de uso ilícito y las propuestas de sustitución dejadas así en el Acuerdo Final de Paz, no hay paz sino se dignifica la Hoja de Ayú y demás plantas de poder y sagradas que germinan de la Madre Tierra.
Finalmente, los Pueblos Indígenas de Colombia queremos seguir endulzando la palabra con nuestra hoja de Ayú, queremos que nuestra planta siga creciendo en la tierra para que nos dé la sabiduría suficiente para seguir resistiendo y luchando por nuestros derechos. Queremos que la sociedad entienda que las plantas tienen vida y se deben respetar sus ciclos vitales, queremos que no se siga satanizando, y que se eduque a la sociedad en la importancia de esta planta para las culturas de los Pueblos Indígenas, para la medicina, para la transformación de realidades y transformar los usos negativos en procesos positivos, como el caso que adelanta desde hace años el Pueblo Indígena Nasa con la empresa de productos a base de hoja de coca, Coca Nasa, un claro ejemplo de paz y vida con la Hoja de Coca.
Ayú es Vida y la vida es sagrada, que la planta de Ayú siga siendo la palabra en silencio que nos trasmiten nuestros ancestros. Que sea el Ayú la palabra dulce que ayude a consolidar la Paz Total de este país.