¡Se muere para vivir, para renacer y seguir
luchando desde otro espacio espiritual ¡
Por: Oscar Montero *
La muerte tiene su propia vida, es un paso que da todo ser para trascender a otro espacio espiritual. Para los Pueblos Indígenas en Colombia la muerte es sagrada, es un lugar de encuentro, es un espacio para recordar y vivenciar la cultura alrededor de la persona que está en tránsito, en viaje a otros mundos espirituales. Pero en los mundos indígenas, todo tiene su vida y todo tiene su muerte; eso es lo que determina la ley.
Hoy 2 de noviembre “día de los muertos” muchos pueblos conmemoran y convocan a los que ya no están, a los que trascendieron en lo dispuesto en la Ley de Origen, pero también a los que la mala muerte ha arrebatado sus vidas. Esa que en Colombia no para, porque desagraciadamente todos los días han sido de mala muerte.
La muerte en los Pueblos Indígenas es un hecho político, social y cultural. Es un espacio de memoria, de viaje y de buen pensamiento para que los espíritus vuelvan al origen, para que los cuerpos vuelvan a ser sembrados para ser semillas, no en los cementerios que dejo la colonia y la evangelización, sino en la tierra, en la Madre Tierra de donde también nació. Los espíritus de los muertos se convierten en guías espirituales que para los Wayuu por ejemplo anuncian situaciones positivas o negativas a través de los sueños. Es tan sagrada la muerte para ellos que en sus rituales realizan dos entierros, y el cementerio se convierte en un ordenador del territorio y la cultura, en un espacio de memoria viva en donde se habla con los muertos, en donde se comparte y abunda buena comida y chirrinchi, es todo un ritual que prepara al muerto para su buen camino al sitio sagrado de Jepiir^a, lugar de brisa fresca de encuentro de la tierra con el mar, donde descansará su alma, lugar que hoy los colombianos conocen como Cabo de la Vela.
Así como en el desierto se ritualiza la muerte, al sur, en los Andes, en las altas pendientes de las montañas en el Cauca, los indígenas Nasas de igual manera conmemoran el ritual del Çxapuç, ritual de las ofrendas a los espíritus, a los seres que se han ido a otro espacio espiritual, a otro mundo. Se hacen de manera colectiva y familiar, en ellos se ofrenda mucha comida a los que ya no están desde la noche anterior para que también se alimenten, y se cuentan historias de vida que recuerdan la memoria de los que ya no están físicamente, pero si espiritualmente.
Al otro lado de estas montañas, en las del norte se hacen mortuorias de 9 días, porque son 9 meses en los que se está en el vientre de la madre, porque son 9 mundos los que componen territorialmente y espiritualmente el corazón del mundo: la Sierra Nevada de Gonawindua, allí sus guardianes los Kankuamos, Koguis, Wiwas y Arhuacos hacen pagamentos a sus muertos para que viajen a Chundwa, los picos nevados más altos de Colombia, bajo la guía de los Mamos y Sagas se paga en positivo y en negativo para armonizar y equilibrar el camino de los que se han ido, se danza y se canta para que su andar sea libre, en paz y en armonía.
Los Awá en Nariño, Putumayo y Ecuador, siguen haciendo los rituales de cabo de año a sus muertos, ancestralmente los han enterrado debajo de sus casas y se mudan a otras, para darles su espacio, al menos a los que se les pueden hacer este ritual, ya que en el marco del conflicto armado interno, muchas familias siguen sin enterrar a sus muertos dados por desaparecidos, siguen sin cumplir con Ley de Origen a causa del conflicto por no tener o no saber qué ha pasado con sus familiares no encontrados aún.
La muerte para los Pueblos Indígenas sigue siendo ese paso de la vida terrenal a la espiritual, un paso natural que se da en el ciclo de la vida pero que es interrumpido por la mala muerte, esa que no permite de manera tranquila cumplir el ordenamiento de la vida y la muerte. El orden es morir de viejos, morir tranquilos en la ley propia; para que la vida en lo terrenal pueda seguir su curso de manera armónica para las familias, el territorio, la comunidad y el pueblo en su conjunto. La muerte convoca a la solidaridad y a la unidad, sea buena o mala; en ambas se constituye en un acto sagrado, pero cuándo es mala muerte se convierte en un acto político más fuerte, de lucha, de resistencia, de denuncia y de movilización.
Los miembros de cada Pueblo Indígena en Colombia y el mundo mueren para volver a vivir, para renacer, para seguir la vida en espirales de ir y venir, para seguir siendo los guías espirituales que ayudan a prevenir, pero de igual manera a dar la suficiente fuerza para continuar.
Que la muerte y la vida sigan siendo los hilos del tejido de la unidad de los pueblos, que sigan siendo la dualidad que nos convoca a luchar para morir bien y vivir bien, que haya abundante comida para los vivos y para nuestros muertos.
* Óscar David Montero De La Rosa, Líder Indígena del Pueblo Kankuamo.