A Suri Dahiana Montero Chate, a sus generaciones, a nuestras generaciones para que sigan volando alto como el cóndor de la Sierra Nevada de Gonawindúa a los Andes,
alegrándonos las vidas.
Por: Óscar David Montero De La Rosa, líder indígena del pueblo kankuamo
Nos dimos cuenta de tu llegada después de un viaje largo que tu madre emprendió en lancha y avioneta por los resguardos indígenas del departamento de Antioquia, donde ella trabajaba con la Organización Indígena de Antioquia (OIA) en el plan de salvaguarda del pueblo embera. Desde ese momento ya venías caminando el proceso indígena.
En el vientre de tu madre ya luchabas. Era la graduación de ella en la Universidad Pontificia Bolivariana (UPB), en la ciudad de Medellín, esa que va a las comunidades a promover la interculturalidad, pero que en su campus no permitía que tu mamá, contigo en el vientre, se graduara con anaco, el atuendo tradicional nasa. Aunque en medio de tanto insistir se logró, lo logramos.
Naciste un día después de la conmemoración de la independencia de Colombia, un 21 de julio de 2012, no cualquier fecha; quizás el tiempo escogido por los padres y madres espirituales para determinar en ti independencia y un nuevo cambio. No era para menos: es un año importante para el mundo maya.
Llegaste luchando. Tú y tu madre entraron al quirófano en medio de una preeclampsia; quizás los rituales que hicimos, un control prenatal desde lo espiritual y occidental, en una lógica intercultural de la salud, no fueron suficientes. Recuerdo que ese 20 de julio, a eso de las 11:30 de la noche, en medio de las sirenas del Hospital Universitario San José de la ciudad de Popayán, tu Loli, como llamas ahora a tu abuela materna, con lágrimas en sus mejillas me dijo: “O la niña o la mamá”. En un cerrar y abrir de ojos recuerdo tanto. Sin titubear dije: “Las dos”.
Antes de tu “inesperada” llegada –aunque quizás ya era el tiempo–, habíamos mandado un derecho de petición a las entidades correspondientes para que, en lo posible, en tu nacimiento respetaran nuestros saberes en salud. Muy reacias pero comprensivas, las entidades accedieron, entre otras cosas, a entregarnos tu placenta, y permitieron que a tu madre no la obligaran a bañarse en el hospital, como hacen con el resto de pacientes. Toda tu extensa familia nasa y kankuama estaba a la expectativa de tu llegada. A pesar de la distancia de la Sierra con el Cauca, estábamos cerca; la espiritualidad se encargó de eso.
Continuamos con tu lucha juntos, como siempre lo hacemos en el movimiento indígena, una lucha colectiva. Llegamos a la notaría segunda de la ciudad de Popayán a registrarte como ciudadana colombiana, algo que nos costaba mucho aún comprender porque, si bien nos reconocían derechos, estos no se materializaban como deberían ser. Por eso no fue sorpresa comprobarlo con el registro de tu nombre ante el notario. Un nombre único, que ni tu madre ni yo lo escogimos, fue enviado por la consulta tradicional de nuestros mamos en la Sierra. Víctor Segundo Arias fue el mensajero, el bisuri (“pájaro” en lengua kakatukwa), el que nos indicó tu nombre, y fue Suri, en honor a Suribaka, el sitio sagrado de los cuatro pueblos de la Sierra en donde se paga por los pájaros, por las aves y por los cantos. Desde allí te llamas Suri y eres la Madre de los Cantos, la que alegra nuestras mañanas y atardeceres en medio de la tranquilidad.
Suri, tu nombre era muy comprensible, pero tenía una particularidad: la U, una U partida que casi no logramos poner en tu registro. Aunque teníamos la Ley de Lenguas Nativas 1381 de 2010, que permite colocar nuestros nombres en nuestros propios idiomas, ante los ojos del notario esto era imposible: una cosa es lo que decía la ley y otra los medios e instrumentos que tenían allí para garantizar este derecho. La máquina de escribir no tenía esa letra. Ante mi reclamo y tu insaciable llanto como son de protesta, lo intentaron varias veces hasta que lograron colocar un guion en medio de la U. Fue una de las primeras batallas logradas.
Desde ese momento, el camino de lucha estaba marcado, y la fuerza espiritual de tus dos pueblos te ha dado la fuerza suficiente para recorrerlo. Es que tu placenta está enterrada en la tulpa, como lo hacen los indígenas nasa, y tu sangre está sembrada en la Sierra, como lo hacen los kankuamos, una clara forma de registrarte ante la Madre Tierra, esa que te vio nacer y te trajo en un tiempo de verano y buena brisa del padre viento, y una manera de recordar que naciste en el tiempo de las semillas, en el tiempo del Sakheluu, uno de los rituales más importantes de tu pueblo materno.
En noviembre del mismo año, 2012, en tu inocencia y vibrante vida, llegaste a territorio ancestral kankuamo, lastimosamente a sembrar de nuevo en la tierra a tu tía Estefany Montero. Aunque no la conociste físicamente, tu rostro y tus ojos son una fiel copia de ella. Regresaste en diciembre, un mes después, del lugar donde, con tus padres, sufriste el conflicto armado, pues con apenas 5 meses de nacida fuiste desplazada. A tu padre –a mí– lo iban a asesinar. Desde ese instante, tristemente, haces parte de los más de 7 millones de víctimas que ha dejado el conflicto armado en Colombia, del cual también somos víctimas por el asesinato y tortura de tu abuelo, Óscar Enrique Montero Arias.
Tus días fueron caminando de un lado a otro, y de una minga a otra. Desde que naciste hasta este momento, no has fallado a ninguna de las mingas y movilizaciones más importantes del movimiento indígena colombiano. Vale la pena recordar que en una de esas, la del 2013, realizada en la María Piendamó, con la fuerza de las dos organizaciones a las que perteneces, tanto la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC) como el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC), aprendiste a caminar: ibas de bastón en bastón queriéndote comer el mundo. Querías autonomía y poco a poco lo fuiste logrando en esos 13 días de minga, donde igualmente logramos el decreto 1953 y 2333 que fueron expedidos en 2014, los cuales reconocen nuestros sistemas propios y la seguridad jurídica de nuestros territorios ancestrales.
Ya tus años y tus pasos pasaban del Cauca a la Sierra, y a cualquier parte del país; tu caminar había empezado. Participabas en reuniones, asambleas y espacios de diálogo como los de la Mesa Permanente de Concertación con los Pueblos y Organizaciones Indígenas de Colombia (MPC). Tu rostro ya se miraba en la publicidad del Movimiento Alternativo Indígena y Social MAIS, en el libro de Tiempos de Vida y Muerte: Memorias y Luchas de los Pueblos Indígenas en Colombia, en periódicos, libretas y documentales donde siempre te muestras alegre, con una sonrisa contagiosa, fruto de tu misión de alegrar nuestras vidas.
Con 7 años, la alegría que te causaba poder tener tu propio documento de identidad, tu tarjeta de identidad, no te la quitaba nadie. Pero oh, sorpresa: nuevamente la lucha por la U partida era necesaria para que apareciera en tu documento y en tu pasaporte. Por más que lo intentáramos no iba a funcionar, así que no insistimos en eso; pero nos dimos cuenta de que el país aún no está preparado para garantizar y proteger los derechos de su diversidad étnica y cultural, incluso con cosas que pueden parecer mínimas.
Asististe a tus primeros congresos, al X Congreso de la ONIC, a los congresos del CRIC y al V congreso de tu pueblo kankuamo, en donde empezaste tu camino de transición de niña a mujer, en donde empezaste a aprender a tejer y a continuar con tus rituales de transición, fiel a tus culturas. Son 10 años de mucha vida y felicidad, y solo podemos decirte a gritos GRACIAS por ser lo que somos, por existir y estar.
Te graduaste de quinto de primaria, no con toga, pero sí con tu manta kankuama, sombrero y cuetandera nasa, como un hecho único para decirle a los demás que aquí estamos y aquí continuaremos caminando en medio de la diversidad, porque desde aquí, reconociendo al otro con sus particularidades, se teje la paz que queremos y merecemos; rompiendo con paradigmas de racismo y discriminación que en algún momento vivimos.
Ya tienes las bases para continuar la lucha, ya tienes en tu cabeza y en tu mente el país indígena y la resistencia de tus ancestros; está en tus manos seguir el legado de los que ya no están y por los que estás aquí. Solamente le pedimos a la vida que nos permita verte crecer; aquí estaremos día y noche, como tu sombra, protegiendo y guiando tus pasos.
Queremos un cambio para la niñez indígena del país y de toda la niñez en Colombia; que sus derechos sean reconocidos e implementados de manera integral, sin necesidad de exigirlos.
Vuela alto porque llevas la sangre del temple kankuamo y la resistencia del pueblo nasa. Llevas a cuestas toda una vida de lucha, que con dignidad sabrás representar y sabrás dejar semilla para continuar; semillas que seguirán germinando con el calor del sol de la Sierra y el frío de la luna de los Andes.