Por: Oscar Montero*
Los Emberá, los hijos del maíz, de la montaña, del río y la selva siguen siendo víctimas del conflicto armado interno que no acaba y, peor aún, víctimas del mismo Estado que no cumple la palabra y los engaña como si estuviéramos en la época de la "Conquista".
Los Emberas no están en Bogotá porque quieran, ellos y sus territorios han sido sometidos a la barbarie, al exterminio físico y cultural, no solo en sus territorios donde sigue floreciendo la espesura de la selva y de donde los desplazan por sus riquezas, sino también en la ciudad donde se cree que habita la "civilización".
Los Pueblos Indígenas han sabido históricamente que la violencia no es el camino, que aún ante tanta desidia hemos creído en el diálogo y la palabra. Esa que se ha incumplido de gobierno a gobierno en el distrito en las últimas décadas.
Lo ocurrido el día 19 de octubre en la tarde en el centro de la capital de la República lo rechazamos desde todo punto de vista, nos solidarizamos con los más de 20 heridos; sean civiles o policías, todos son seres humanos, todos son ciudadanos colombianos y merecen respeto por su integridad física, por su vida.
Aquí no hay que buscar culpables, aquí es claro que este es un problema estructural que ningún gobierno hasta el momento le ha puesto la cara al problema del desplazamiento forzado Emberá que aumenta día a día, masivo o gota a gota, que llega a la capital en búsqueda de un "buen vivir", que de bueno no tiene nada.
No llegan a apartamentos y casas; llegan a los parques como el del Tercer Milenio y el Nacional a refugiarse del frío que de día y de noche cuartea sus rostros color de la tierra. En el “mejor” de los casos los reubican en albergues en donde les toca vivir hacinados y confinados. Llegan además a pasar hambre, llegan a enterrar a sus hijos recién nacidos y menores de 5 años por enfermedades prevenibles en el Estado Social de Derecho, llegan a convivir en lugares en donde la droga, el microtráfico y la prostitución son el pan de cada día, llegan a una ciudad que no entiende su idioma y su cultura. Llegan de la selva y de la montaña desplazados de los grupos armados, a la gran ciudad que también los mata ante tanta falta de humanidad, racismo y discriminación; culpándolos una vez más de lo que les pasa, como dirían ellos mismos, nadie los quiere ver en ningún lugar.
Muchos sobreviven por la hermandad de personas y organizaciones defensoras de derechos humanos en la ciudad que entienden la gravedad del problema. Pero basta ya, es hora de que de verdad llegue la paz total para todos. Es hora de que por fin los Emberá puedan volver a sembrar comida, esperanza y cultura; y no solo como se les ve en la ciudad miseria y pobreza.
Es hora del diálogo, ese que ya se ha propiciado en el alto gobierno en cabeza del presidente en la noche del 19 de octubre, un diálogo que sin lugar a dudas busca garantizar la pervivencia y el respeto por la vida. Y no solo de los Emberá, sino también de los policías y de toda la ciudadanía.
Finalmente, como diría Eulalia Yagarí, mujer Emberá Chamí de Karmatarrua en Antioquia en el Himno al pueblo Emberá titulado:
"Nosotros Somos"...
"Yo te pregunto abuelo, porque hablan de la paz, si matan a los niños, mujeres y ancianos".
No hay que pedir 50 millones de recompensa por los Emberá involucrados en la situación de violencia el día de ayer, los Emberá no son asesinos, han sido víctimas del racismo institucional y de la violencia desproporcionada en contra de sus vidas. Las confrontaciones no deben ser entre los ciudadanos, la confrontación debe ser contra la violencia que no permiten que los Emberá vivan tranquilamente en la tierra que Karaggabi les dejó desde el origen.
* Líder Indígena Kankuamo, Defensor de los Derechos Humanos de los Pueblos Indígenas de Colombia