Por Oscar Montero
Colombia necesita volver a sus orígenes, sentirse orgullo de su diversidad; solo así es posible eliminar el racismo y la discriminación, hacerlo es imperante para la Paz Total que queremos y nos merecemos.
“Bubububu, váyanse para el monte indios, váyanse de aquí”. Esas eran las expresiones que a diario vivíamos mis familiares, compañeros indígenas y yo en la casa que arrendamos cuando estudiábamos en la universidad en la ciudad de Medellín. El racismo y la discriminación en Colombia, tanto física como verbal, MATAN. Este es solo un ejemplo de los tantos momentos de racismo y discriminación a los que estamos sometidos a diario en el país, en todos los escenarios y en todos los espacios, lastimosamente, sin excepción.
Antes de ayer, el 21 de marzo, se conmemoró por año más el Día Internacional de la Eliminación de la Discriminación Racial, Naciones Unidas se centró para este 2023 en la “urgencia de combatir el racismo y la discriminación racial, 75 años después de la adopción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DUDH)”.
Un tema vigente en la cotidianidad de la sociedad colombiana y del mundo. Los miembros de los pueblos étnicos somos los que mayormente sufrimos de esta práctica genocida por hablar un idioma distinto, vestir de forma distinta a la impuesta por la “sociedad mayoritaria” o por tener un color de piel distinto, se nos discrimina, humilla y hasta mata. Un país donde aún las prácticas coloniales persisten y se reproducen lastimosamente en la sociedad y sus instituciones llamadas democráticas.
Como si fuera poco, el racismo no solo se expresa hacia nosotros como personas, sino también hacia nuestras culturas, gobiernos y territorios. Un ejemplo de esto es violentar los espacios sagrados de los pueblos como las quemas de las Kankurwas en el Pueblo Kankuamo, las Unguma y Ushui en el Pueblo Wiwa o las Tulpas en el Pueblo Nasa, que es una práctica constante de racismo para exterminar nuestra espiritualidad y pensamiento, muchas a manos de actores armados y de grupos religiosos extremistas.
También es hora de cambiar el lenguaje y las formas de relación con y hacia los Pueblos Étnicos, el respeto y el diálogo se deben siempre sobreponer contra todo acto de violencia. Y ante esto No podemos seguir naturalizando las expresiones de racismo encubierto en el lenguaje como: “nuestros indígenas”, “mis indígenas”, como si fuéramos propiedad de alguien; no podemos seguir cargando con esto en nuestras vidas, somo ciudadanos colombianos y somos sujetos políticos de derechos.
Urge en el país impulsar procesos de educación que eliminen las diferentes expresiones de racismo y discriminación que se viven a diario, las leyes no son suficientes (Ley 1482 de 2011 y Ley 1752 de 2015) para evitar estas agresiones, sino van acompañadas por un proceso pedagógico, de respeto, de reconocimiento y de difusión de las diferentes expresiones de la diversidad étnica y cultural de la nación como una riqueza y más no como un atraso.
Hay en Colombia una discapacidad cultural en la nación, ya que se limita la oportunidad de aprender del otro, pero principalmente la de aprender de los pueblos étnicos. Son pocos los que se interesan, aprenden y respetan sus orígenes, los demás no son culpables, es claro que sigue enraizado en el Estado Social de Derecho un legado colonial que no acepta lo diferente, lo diverso, que le cuesta mucho implementar políticas “interculturales y multiculturales” dialogadas y concertadas con los mismos pueblos étnicos.
Sigue vigente en el país, después de 32 años de haberse reconocido como multi y pluricultural las siguientes preguntas en la sociedad en relación con los miembros de los Pueblos Étnicos que deciden salir de sus territorios a la ciudad: ¿Es que si pueden estudiar en la universidad?, ¿Si pueden tener celular o computador? O ¿si pueden vestir con otra ropa?, siguen siendo las preguntas en la psiquis de muchos colombianos que no conocen de su país y de que en ningún momento se les enseña de viva voz de los pueblos su realidades y dinámicas. Siguen siendo las preguntas que algún día me hicieron muchas veces al entrar a la Universidad Nacional de Colombia; estas son las preguntas que jamás quisiera que se vuelvan a repetir con ninguno miembro de los Pueblos Étnicos.
El racismo y la discriminación son un delito, no merecemos sufrir por la diversidad que representamos, nuestra sabiduría y conocimiento son libros abiertos para ayudar a caminar juntos en medio de la diferencia, es el momento para que el sistema educativo, de salud y todo el Estado colombiano se piense en reconocer los múltiples aportes que hacen los colectivos y personas con una cultura diversa en el país, para que trascienda y los implemente, para que se conviertan realmente en acciones y políticas de Estado, y más no es acciones afirmativas que si bien han permitido algunos avances siguen siendo apuestas institucionales discriminatorias.
Aprendamos y valoremos lo diverso: No nos llamen indio, indiecito, negro o negrito; llámennos como nosotros queremos que nos llamen, por nuestros propios nombres.