Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos
No hay manera de entender la elección en Argentina a punta de simplismos. Se ha vuelto costumbre que los procesos electorales latinoamericanos se vuelvan terreno de disputa izquierda-derecha y conforme a los sesgos se interpreten resultados. Lo anterior no tiene nada de malo, si no fuera por el rol opaco de los medios de comunicación que han optado por hacer eco de prejuicios y, en varios casos, la formulación expresa de sus deseos respecto de elecciones en terceros. Basta un asomo al diseño de las portadas de la Revista Semana para hacerse a la idea de cómo se promocionan candidaturas que representan riesgos a la democracia y cuya particularidad sobresaliente es su filiación a la derecha. La portada parece elaborada no para informar, sino para difundir.
El caso argentino del pasado domingo no fue la excepción y varios medios se la jugaron por el simplismo de que los electores no habían elegido al libertario Javier Milei en primera vuelta por terquedad, dejando la sensación de un electorado suicida que prefiere la hiperinflación a la reactivación económica. En los casos de los opinadores más radicales, la explicación vino por cuenta de la acusación a los votantes de lentejos, mantenidos, o zánganos que viven de la succión de las glándulas mamarias del Estado. El análisis de la compleja psicología electoral terminó en que Argentina había optado por el desastre en lugar de la salvación. El hijo del nobel de paz colombiano expresó su profundo pesar por la tragedia argentina, confirmación de la forma en que nuestras élites presumen un bienestar nacional superior al resto de América Latina que solo existe en sus imaginarios (o de la puerta para adentro de sus casas).
La periodista Vanessa de la Torre expresó su indignación con un categórico trino: “Entonces, el ministro de economía que tiene quebrada la economía del otrora país más rico de América Latina, ex G8, el que fue despensa del mundo, la esperanza de millones que atravesaron el mundo para vivir mejor en el cono sur, la GRAN Argentina, va ganando las elecciones”. Se ha vuelto costumbre recordar que para 1895 ese país tuvo el PIB per cápita más alto del mundo y que pasó del primer mundo a la periferia por culpa del asistencialismo. Semejante salto mortal histórico desconoce el peor trauma en la historia del siglo XX: las dictaduras militares y la dolorosa recomposición democrática. En ella siguen las heridas abiertas por los desaparecidos, incluido el secuestro de unos 500 recién nacidos, algunos de los cuales han contando con la suerte milagrosa de rencontrarse con sus familias biológicas. Esa “GRAN Argentina” de la que se burla la periodista, es la que hoy defiende la democracia frente al negacionismo.
Y obvio, como se ha vuelto costumbre con algunos generadores de opinión que observan todo desde la lente económica, convirtieron la hiperinflación en el único tema relevante de esta elección. Están en todo su derecho de pensar que el problema más acucioso de la Argentina es la pérdida de poder adquisitivo con efectos sociales devastadores, pero extraña que no cuenten, describan o reparen en la otra mitad de la historia (o que la desconozcan).
En los apresurados mensajes, producto más del desconcierto y la decepción porque no ganara Milei, olvidaron mencionar su discurso anti liberal que pone en riesgo un Estado de bienestar que está lejos de colapsar y que en determinados sectores como la educación, ha sido modelo para América Latina. Pasaron por alto los enormes riesgos que supone para la democracia argentina la supresión de ministerios como el de Educación, de la Mujer, Cultura (muchos en Colombia soñarían con hacerlo en nombre de la austeridad) o Desarrollo, entre otros. Tampoco se detuvieron a examinar al Milei negacionista de los crímenes cometidos por la dictadura y que ese país haya sido un ejemplo excepcional respecto de otros autoritarismos, pues se deshicieron las leyes de olvido y varios militares fueron juzgados. La puesta en tela de juicio de crímenes de lesa humanidad que condujeron a la desaparición de 30.000 personas es inadmisible en cualquier sociedad democrática. Que la cabeza del Estado argentino coquetee con la tesis de que “algo habrán hecho” esos miles de torturados y acribillados (teoría de los dos demonios), supone la amenaza más patente a la democracia argentina desde que se reestableciera hace exactamente 40 años. Un dato de Horacio Verbistky de Página 12, que el periodismo criollo suele omitir: entre 1930 y 1990 ese país tuvo más gobiernos puestos por militares que elegidos por el pueblo; en 60 años hubo al menos un golpe militar por década y en determinados casos hasta cinco. La dictadura de la “normalización” entre el 76 y el 83, fue de lejos la más brutal.
Están en todo su derecho de pensar que quienes votaron por Massa se equivocan, pero eso no los exime del deber, como periodistas, de explicar qué está en juego más allá de la inflación. Nadie insinúa que Milei signifique el retorno de los militares a la política, pero sí la puesta en entredicho de un modelo que ha permitido una conquista que se suele mirar con desprecio en Colombia (por quienes acceden fácilmente a la educación privada): la universalización de la educación y la ampliación de varios derechos. Paradójico pues relativizan un avance que ha sido esquivo para los colombianos. En el apoyo externo a Milei, hay altas dosis de morbo para ver en qué termina el experimento argentino, eso sí, desde la comodidad de la distancia…
Nadie puede negar la crisis inflacionaria que vive Argentina, pero es extraño que se imponga un relato a la fuerza de que la única salida para su superación consiste en eliminar la intervención del Estado en la economía y peor aún, el empoderamiento de un discurso en contra de los derechos humanos e incompatible con el pluralismo. No bastaron los discursos de odio durante los pasajes de Donald Trump o Jair Bolsonaro. Aún se recuerda cómo, en medio de la premura por anunciar la relección de Trump, Luis Carlos Vélez acudía a los códigos anacrónicos de la caballerosidad para que Biden reconociera antes de tiempo su derrota y se confirmara un mandato más de supremacismo, ataques sistemáticos a la prensa, erosión de los derechos de los migrantes y una desinstitucionalización que estuvo a punto de provocar una tragedia de grandes proporciones en enero de 2021 en el Capitolio. Hasta la ultraconservadora cadena de televisión Fox rompió con un Trump halagado por varios comunicadores colombianos.
Se sugiere que las elecciones de terceros países sean leídas con mesura, aportando elementos para leer el contexto, evitando simplismos y, sobre todo, procurando que los medios de comunicación no se conviertan en difusores de mensajes de campañas políticas. La audiencia al otro lado de la pantalla, del radio o los lectores aún de papel, dejó de ser espectadora pasiva y maleable. No todo vale, el derecho que tienen periodistas a reivindicarse a la izquierda, al centro o a la derecha, no significa el de imponer sus visiones o creencias. Como lectores, no debemos, ni podemos renunciar a una voz para el diálogo. Los monólogos de sabios han de ser cosa del pasado.