Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Universidad del Rosario
@mauricio181212
El anuncio de la postulación de Gustavo Petro para el Nobel de paz desató una innecesaria polémica y como se ha vuelto costumbre sacó a flote buena parte de nuestros prejuicios como nación. Nada obliga a celebrar ni a estar de acuerdo con el diputado Rasmus Hansson, quien lo postuló, pero es extraña y reveladora la reacción de algunos sectores que siguen viendo en la paz un discurso mamerto que atenta contra los intereses nacionales. La postulación revivió los prejuicios del uribismo, herido en su honor, pues el personaje a quien no baja de guerrillero, terrorista y narcotraficante ha conseguido visibilidad internacional y también rememora la llaga del Nobel de Paz de Juan Manuel Santos, trauma que se va transmitiendo de una generación a otra en las filas de la extrema derecha.
Buena parte de los argumentos que expresaron inconformidad o desacuerdo, algunos respetuosos de hecho, apuntaban a la falta de resultados en materia de paz. No deja de ser cierto que, en el afán de avanzar en la denominada paz total, el gobierno abrió varios frentes de negociación con resultados parciales (en especial el cese el fuego con el ELN) y lo cierto es que las masacres, nos siguen enlutando. El país olvida que precisamente esos asesinatos obligan a avanzar en una paz negociada. Más allá del debate sobre la eficacia de la negociación actual, se debe recordar que la postulación no significa desconocer las dificultades que atraviesan esos procesos con grupos armados, ni asumir como exitoso un proceso que parece lejos de su desenlace. Varios se preguntaban en redes si Hansson estará al tanto de las dificultades internas en materia de orden público. Y es precisamente por la gravedad de ese panorama, entre otros, que es coherente la postulación de Petro. Dicho de otro modo, el drama de la situación colombiana no sólo pasa por la degradación de la seguridad, sino por la resurrección de la tesis de una victoria militar como salida al conflicto. Cuando aquello fue doctrina se produjeron las peores violaciones a los derechos humanos desde el Estado: interceptaciones ilegales, perfilamientos y seguimientos a la oposición, ejecuciones extrajudiciales, erosión del diseño constitucional del 91 con reformas como la relección, intentos por socavar la independencia de la justicia y el bombardeo de un Estado vecino. La postulación debería ser una invitación a entender la paz como un valor superior a cualquier ideología y como un mandato constitucional y no el simple capricho de un gobierno.
Como si fuera un afán coordinado, políticos como Paloma Valencia y Rafael Nieto recordaron en sus redes sociales que Hitler y Mussolini también fueron nominados. Lo anterior comprueba que la noticia provocó más intenso dolor en la derecha que euforia en el progresismo donde se recibió con optimismo. También se puede leer como un espaldarazo a los esfuerzos por el diálogo en Colombia, las apuestas de paz en Ucrania donde no se ha dejado de denunciar la preocupante campaña de preservación de la guerra y la denuncia del genocidio en Gaza. Aquello no convierte a Petro en un santo, pero le recuerda al mundo que mientras los países más poderosos e industrializados (G7) entregan cuantiosas sumas a Kiev (acaban de entregarle a Ucrania 54 mil millones de dólares para mantener el conflicto) y proporcionan aviones de combate, blindados, sistemas de interceptación de misiles y mercenarios; a Palestina la castigan recortando los fondos para la principal agencia humanitaria del sistema de Naciones Unidas en Gaza. En la Franja hay por exceso más muerte que vida. Europa se olvidó de la transición energética, del derecho internacional humanitario, de los derechos humanos y del derecho internacional. Dejó atrás sus promesas sobre el apoyo a la autodeterminación de los pueblos. Mientras tanto, las voces del Sur Global piden respeto por el derecho internacional y los principios consagrados en la Carta de San Francisco, fundacional del esquema de Naciones Unidas, incluso desde Estados que ni siquiera se habían independizado cuando se creó el sistema ONU. Es decir que no participaron de su diseño y aun así, lo reivindican con más coherencia que las potencias. Sea cual sea la motivación para candidatizar a Petro, ojalá se visibilicen las demandas de paz para Colombia, cuyo proceso corre graves riesgos por cuenta de la radicalización de la derecha (y aunque parezca oxímoron del centro) y se imponga una negociación de cese al fuego en Europa y Medio Oriente.
Dicen los críticos que, en el caso de Juan Manuel Santos -a quien el país le debe mucho- el reconocimiento era coherente con la concreción de los Acuerdos de paz de La Habana. Lo que omiten es el silencio de Santos frente a los palestinos masacrados. ¿No son los nobeles de paz una autoridad con capacidad de influencia para en este caso exigir detener el genocidio? Para cualquier duda véase “The elders” un grupo de jubilados de la política, entre los que está nuestro nobel y que ha preferido mirar para otro lado cuando se ha tratado de la limpieza étnica, el apartheid o el genocidio contra la población árabe palestina.
Nada cambia para el país con la designación de un nobel de paz, menos con las polémicas que suelen acompañarlo. Pero la postulación es una invitación a que se vea la paz con perspectiva histórica y recordar que no hay salida militar viable en Colombia, el Donbas o Gaza.