Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Universidad del Rosario
@mauricio181212
Desde octubre de 2023 no ha pasado un solo día sin que se reporten excesos en el uso de la fuerza por parte de Israel, Estado que Usted representa. Entiendo que las márgenes para sus pronunciamientos son estrechas por su labor diplomática, pero me permitiré expresar algunas inquietudes que tenemos quienes vemos con terror cómo se siguen asesinando mecánica y sistemáticamente a miembros de una comunidad. Se quiera reconocer o no, se trata de un genocidio aceitado históricamente en el apartheid y la limpieza étnica.
No le escribo con el tufo antisemita con el que no pocos se suelen dirigir a Usted o a personas de su comunidad. Me consta que, por estas semanas, han sufrido descalificativos, ofensas y en los peores casos, revictimización por la inenarrable tragedia de la Segunda Guerra Mundial. Le hablo, Embajador, desde el dolor de un pueblo que siento como el mío (pues es el de mi ascendencia), pero sin desconocer el suyo. Sé que perdió a su familia en la Shoah y entiendo que a Usted le indigna y atormenta cualquier paralelo con esa tragedia evitable en la que murieron al menos 6 millones de inocentes, poco más del total de la población actual eslovaca. Por respeto a la singularidad del Holocausto, no le trazaré ningún paralelo con Gaza. Sin embargo, permítame recordarle tragedias asimilables a lo que hoy sucede en esa Franja, Cisjordania y Jerusalén Oriental. Empiezo, Biafra a partir de 1967, Ruanda 1994, Srebrenica 1995 y Darfur 2003, por mencionar algunas de las catástrofes humanitarias más devastadoras. En todas ellas, Embajador, los defensores del establecimiento acudieron a la defensa de valores nacionalistas y a la identificación de una amenaza inminente que se debía combatir a expensas de la supervivencia de otro pueblo. En Ruanda, entre abril y julio de 1994, el mundo relativizó la aplicabilidad del término genocidio, tal como sucede ahora en Gaza, y cuando finalmente llegó a un consenso, se habían perdido 800 mil vidas de las peores y más lacerantes maneras. En esa África de los Grandes Lagos los medios jugaron en favor de la deshumanización de un grupo al que hicieron merecedor de la ejecución en masa, los tutsis, tal como sucede hoy con los árabes palestinos. No pretendo yo ponerlo al tanto -porque sé que lo está- de que miembros del gabinete cuya representación está a su cargo han sugerido mandar una bomba atómica a Gaza, se han referido a los árabes palestinos como animales, han propuesto arrasar con sus aldeas, un ex primer ministro que hoy sigue en el gobierno reconoció que “ha matado árabes y no hay problema con ello” y el actual premier se ha autoidentificado como “el pueblo de la luz” al tiempo que se nombra a la comunidad de mis abuelos (Roque y Katrin Jassir) como “de la oscuridad”. Le pregunto si no existe una marcada coincidencia entre estas declaraciones abiertamente supremacistas (racistas) y la aspiración para exterminar al pueblo igbo en Nigeria cuando se declaró la independencia biafreña a finales de los años 60. Al igual que su gobierno, los militares nigerianos (Yakubu Gowon, Murtala Mohammed, Bejamin Adekunle) cortaron todo suministro a ese territorio. Al cabo de tres años y medio, más de un millón de personas murieron de inanición en medio de súplicas de socorro desoídas. Imposible no ver en las actuales circunstancias de Gaza reflejada esa tragedia que dejó al descubierto la inacción de las grandes potencias, tal como en este desolador ahora. Presumo que habrá leído Usted, Medio Sol Amarillo de Chimamanda Ngozi Adichie, novela cuyos ecos retumban en el actual infierno palestino.
A partir de los 2000, Omar al Bashir en Sudán ordenó una ofensiva militar apoyada en paramilitares (janjaweed) que dejó un triste saldo de 250 mil asesinados. Aunque EE.UU. reconoció el genocidio, nadie movió un solo dedo para contenerlo. Como Usted bien sabe, al Bashir justificó esa ofensiva, todavía impune, en la necesidad de garantizar la seguridad nacional y combatir una amenaza apoyada por vecinos como Chad. Retórica calcada hoy por su gobierno que habla de una conspiración regional que amerita una respuesta de monstruosas proporciones.
Le aclaro, embajador, que quienes denunciamos el genocidio no somos antisemitas. No recurriré al repetido e injustificado lugar común de que tengo amigos judíos, pues aquello no es prueba de nada. Le aseguro que soy consciente de que la discriminación contra su pueblo es real. Conocí el horror de los atentados cometidos por Mohammed Merah contra cinco niños judíos que fueron asesinados mientras estudiaban en una escuela de Toulouse. El impacto que me produjo ese evento todavía me persigue e imagino el dolor insuperable de sus familiares, más aún, la impotencia de saber que su crimen fue inspirado por el odio cultivado en el extremismo religioso. Éste no es el único caso y las intimidaciones, amenazas, discriminaciones y asesinatos contra judíos toda latitud son realidad. La inmensa mayoría de los que hoy denunciamos la limpieza étnica, el apartheid y el genocidio contra Palestina jamás hemos comulgado con las delirantes teorías negacionistas sobre la Shoah. He trinado y se lo reitero ahora: al antisemitismo es enemigo de la causa palestina. No creo que Mahmmoud Ahmadinejad, expresidente de Irán que puso en duda la veracidad de ese holocausto, pueda ser siquiera un interlocutor de esta reivindicación. Este negacionismo me (y nos, me atrevo a decir) repudia y coincido con Simone Veil que “no hay forma más terrible de antisemitismo que el negacionismo”. Me siento plenamente identificado en la sesuda denuncia antisemita de Jean-Paul Sartre quien en Reflexión sobre la cuestión judía afirmaba que “Un hombre puede ser buen padre … ciudadano escrupuloso, amante de las letras, filántropo y además antisemita”. Acá se muestra un odio normalizado y aceptado en la sociedad contra los judíos. La denuncia de Sartre sigue vigente, embajador, y la veo todo el tiempo en redes cuando a personas como Daniel Schwartz, Marcos Peckel o Úrsula Levy por opinar sobre cualquier tema, les recuerdan su condición en términos más que peyorativos y violentos.
Jamás he puesto en tela de juicio el derecho de Israel a existir, ni me atrevería a culpar a ese pueblo por las desgracias que ha soportado. Apelo a su empatía y sentido de humanidad para que entienda que hoy, no hay nación sobre la tierra a la que aqueje más el sufrimiento que la árabe palestina. No existen antecedentes de homicidios tan acelerados en un lapso tan estrecho. La cifra de palestinos masacrados es casi 4 veces superior que la del genocidio de Srebrenica en la antigua Yugoslavia. Un niño es asesinado en Gaza cada 15 minutos. Cada vez que Usted se traslada de un lugar a otro en Bogotá, cuatro familias árabes lloran estas pérdidas. Es la tragedia de Mohammed Mera exponenciada y convertida en el diario vivir. Debe Usted recordar el doloroso documental de Claude Lanzmann que haría común el uso del término Shoah. Horas de testimonios (casi diez) que todos debemos ver sobre cómo un pueblo, en este caso el judío, fue sometido a los peores vejámenes. El valor de la obra inconmensurable de Lanzmann está en advertirnos que esto no puede ni repetirse ni banalizarse puesa pega y tortura de generación a otra. ¿No cree Usted que ya han surgido suficientes testimonios, como en ese documental, que retratan la tragedia de generaciones enteras de palestinos pero que, día a día, banalizamos?
Ha hecho Usted llamados de solidaridad con las familias que perdieron seres queridos en la acción bárbara e injustificada de Hamás, así como de aquellas afectadas por la privación de la libertad de cientos de ciudadanos israelíes. De este lado, nunca se ha relativizado la condena a esa acción o se ha cesado el pedido para que sean liberados.
Me causa extrañeza, embajador, que siendo Usted un hombre de diplomacia (a la que asocio con el derecho y los derechos humanos) constantemente justifique las acciones contra hospitales, campos de refugiados, escuelas, iglesias y en general, infraestructura civil. Me deja perplejo cuando se pone en tela de juicio el número de palestinos asesinados o se normaliza la violación del derecho internacional humanitario. A pesar de la indignación e ira que me despiertan sus trinos y mensajes, no soy partidario de que sea Usted expulsado. Me parece necesario como urgente que las misiones diplomáticas israelíes alrededor del mundo rindan cuentas sobre lo que pasa en los Territorios Ocupados y expliquen por qué un pueblo tiene más derechos sobre otro.
En octubre del año pasado, la Revista Semana le hizo una entrevista en la que no se contrapreguntó y solo se abordaron temas asociados a la justificación de la ofensiva israelí en Gaza. Le confieso, embajador, que parece que las preguntas le hubiesen sido consultadas previamente o que incluso, hayan sido redactadas con genuina simpatía hacia su gobierno. Por eso me gustaría preguntarle lo que aquel o aquella periodista omitió por sintonía ideológica o ignorancia supina. ¿Se siente Usted representado en las declaraciones supremacistas de los miembros del gabinete actual que llaman arrasar aldeas palestinas, invocan el lanzamiento de un arma nuclear en Gaza o legitiman el asesinato de la población árabe? ¿Cuáles son las cifras de civiles asesinados que muestra Israel y cómo justifica esos casos? ¿Por qué se sigue atacando a la población civil desarmada con fósforo blanco? ¿Por qué no se condenan abiertamente las declaraciones de personal militar y funcionarios que aseguran que en Gaza no hay civiles y son todos objetivo militar? ¿Está dispuesta Israel a aceptar la comisión del genocidio en caso de que la CIJ así lo determine? Si la propuesta de la posguerra fue siempre la justicia y no la venganza ¿por qué Tel Aviv sigue una ofensiva que espanta cualquier posibilidad de justicia? Dudo mucho que, para las familias de esas israelíes víctimas de Hamás, el asesinato de menores palestinos signifique alguna forma de compensación.
Le pido, por último, recordar la frase que recién evoqué de Simone Veil, víctima del antisemitismo, y en la que se afirmaba categóricamente que la negación de una tragedia es una de las peores formas de revictimización y discriminación. Negar el genocidio palestino es la peor forma hoy de arabofobia e islamofobia, tal como lo sentenció Veil en su caso como judía.
Espero que muy pronto esos civiles israelíes sean liberados y le pido a Dios porque lo más pronto posible, las autoridades que Usted representa sean presentadas ante una corte internacional por el delito de genocidio, así como la dirigencia de Hamás por los crímenes de guerra. No veo ninguna otra forma de asomo de “justicia”. Y digo asomo porque su Estado se encargó de enterrar esa posibilidad para siempre.
No dirijo la palabra sin estar en disposición de leer o escuchar una respuesta. Acá siempre estaré atento a la suya, Embajador y sospecho no ser el único.
Le escribe desde la más sincera indignación,
Mauricio Jaramillo Jassir