Mauricio Jaramillo Jassir (profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario)
@mauricio181212
No se nos cansan los dedos de escribir que la crisis en Gaza es la peor tragedia humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial, pero cada vez son menos los lectores que quieren saber de ella. Buena parte de los gobiernos occidentales no parecen entender su gravedad y lo que es peor, quienes están llamados a representar ciertos valores democráticos o humanistas se han empeñado en justificar la agresión y la ocupación. Tales han sido los casos dramáticos y hasta patéticos de Estados Unidos y Alemania (los peores) o de quienes prefieren llamar a la calma, sin tomar mucha postura y enviando señales de serenidad, como si no se tratara de una coyuntura que requiera de acciones inaplazables. El prestigio de Estados Unidos viene en declive desde las desastrosas intervenciones en Afganistán e Irak y por su apoyo a la improvisada operación militar de la OTAN, impulsada por París y Londres y que terminó en el derrocamiento de Muamar Gadafi, a partir del cual se ha generado toda la expansión de grupos terroristas en la Franja del Sahel.
Desde que inició la ofensiva israelí, insensata y cada vez más difícil de justificar, Washington se ha confirmado como su principal aliado, tal como ha sido durante la historia. Los medios han tratado a como dé lugar, de mostrar los hechos para trasmitir a la opinión pública la idea de que Tel Aviv se encuentra obligada a responder haciendo aparatosas y difícilmente justificables analogías con el 11 de septiembre de 2001 o equiparando a Hamás con el Estados Islámico o Al Qaeda. Los comentarios pálidos de Biden sobre las dificultades para mantener el apoyo si continúan los vejámenes y abusos en Gaza no son suficientes, y ni los gobiernos de Alemania, ni Estados Unidos se han percatado de que el mundo, y en especial su propia población, no les perdona una historia de intervencionismo jalonada en la defensa de los derechos humanos, como para ahora, de buenas a primeras, dejar morir a Palestina como nación y allanar el camino para que continue un genocidio que pocos gobiernos han tenido la valentía de llamar por su nombre.
Es evidente que los paralelos entre la situación en Gaza con la Shoa u Holocausto son insensibles, por eso las comparaciones entre Benjamín Netanyahu y Adolfo Hitler no son del todo acertadas. Ahora bien, Occidente apuntó desde los 90 sacar del mapa a líderes que representan anti valores como Saddam Hussein, Slobodan Milosevic, Mohammad Omar, Muammar Gadaffi, Bashar al Asad u Omar al Bachir, entre otros. Por ende, es válido preguntarse, dejando de lado la comparación insensible con el nacionalsocialismo alemán: ¿no se han dado cuenta de que Netanyahu, Yoav Gallant, Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich (líderes israelíes hoy en el poder) hace mucho tiempo han sobrepasado a estos personajes evocados que Occidente llegó a calificar como enemigos de la civilización?
Occidente apostó por alargar la guerra en Ucrania y entregó como nunca en la historia, dotación militar para contrarrestar la invasión ilegítima de Rusia. Omitió todos los llamados para sentarse a negociar con Moscú, acudiendo al argumento de que no se podía dejar un antecedente en el que el mundo permita que se viole la soberanía de un tercero, menos aún de un europeo. En ese proceso le ha entregado todo el poder sobre el destino de Europa a gobiernos conservadores, enemigos del proyecto multicultural, que se han distinguido por su entrada a la Unión Europea, un discurso antimigración, contraderechos y nacionalista. Ésta es la Europa que defiende el genocidio en Palestina y que, para colmo de males, insiste en dar lecciones a terceros sobre cómo manejar la diplomacia (en clara alusión al llamado de atención del gobierno alemán a Petro).
La crisis humanitaria en los Territorios Ocupados (Cisjordania, Jerusalén Oriental y Gaza) ha puesto en evidencia la necesidad de que el sur global imponga una agenda en la política internacional que no diferencie guerras buenas de malas, ni asesinos que le sirvan al orden mundial y aquellos que son aislados, no por despreciar los derechos humanos, sino porque no cumplen el rol de idiotas útiles del proyecto expansivo y colonizador. Gaza no solamente es el cementerio de la nación palestina, sino del proyecto “civilizador” de Occidente, incompatible con una concepción de los derechos humanos de alcance universal.