Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos, U. del Rosario
@mauricio181212
La historia dirá que mientras Israel lanzaba 6000 bombas con 4000 toneladas de explosivos sobre un territorio de 41 kilómetros de largo, en un área de 365 km2, refugio donde sobreviven hacinados 2,2 millones de personas, un grupo de ex cancilleres colombianos se puso de acuerdo para escribir una carta pidiéndole mesura a Gustavo Petro y escrutando con rigurosidad entre los más de cien trinos redactados a raíz del conflicto.
Difícilmente quien lea la historia entenderá que, mientras morían asesinados en las peores condiciones unos 3400 gazatíes, más de mil niños entre ellos, a los cancilleres no los dejaba dormir la preocupación por la posición asumida por Petro que, a su juicio, se alejaba de nuestra tradición multilateral. Entre los firmantes se encuentran quienes justificaron el bombardeo a territorio ecuatoriano en 2008 en la versión criolla de la guerra preventiva -proscrita por el derecho internacional-, apoyaron efusivamente la invasión de Estados Unidos a Irak, de la OTAN a Libia y votaron en 2011 contra el derecho de Palestina a convertirse en un Estado de cara al sistema de Naciones Unidas. Nadie niega la protuberante e injustificable omisión de Petro para condenar los horribles atentados de Hamás que arrebataron la vida a miles de israelíes inocentes, pero causa extrañeza que con semejante trayectoria los diplomáticos hagan énfasis en “exigir el cumplimiento por parte de los países de las resoluciones de las Naciones Unidas sobre el conflicto”. ¿Es que acaso desconocen que Palestina está lejos de ejercer soberanía como Estado? ¿Se dan el lujo de presumir dos Estados en igualdad de condiciones? ¿Cómo entender que no haya una sola mención a la resolución 242 de 1967 del Consejo de Seguridad ONU? Se trata de todo un hito que exige el fin de la ocupación. La fría carta deja en el ambiente la idea de que ambos han incumplido el derecho internacional. No, la moderación no consiste en tasar a la fuerza las tragedias para forzar empates y terminar con el lugar común de que, a la larga, todos son igual de culpables. La ecuanimidad es sopesar para tener una idea aproximada de las proporciones, y valga decir, no podría haber más asimetría entre un Estado consolidado y un proyecto de nación con respiración artificial durante los últimos 75 años.
¿Se han enterado los ex cancilleres de que Palestina ha hecho hasta lo imposible porque la Corte Penal Internacional tenga jurisdicción para crímenes de guerra? Es obvio que conocen todo lo anterior, pero más pesa el mal hábito de mantener primero la imagen y luego valorar el fondo, es decir, la suma de tragedias que se agolpan con el paso de las horas en Gaza. La carta no es solamente una oda a la frivolidad, sino la confirmación de que nuestra política exterior se diseña, ejecuta y evalúa en los clubes sociales de Bogotá, sin contacto con el mundo real, desprovista de cualquier consideración por lo humanitario -o lo humano, peor aún-. La carta no tiene una sola alusión a la desproporcionada ofensiva israelí en la Franja de Gaza calificada por Naciones Unidas como ilegal y contraria al Derecho Internacional Humanitario. No hay explicación racional para que no hubiesen encontrado un solo renglón para manifestarse frente a crímenes de guerra cometidos y transmitidos en vivo y en directo en redes, por quien comanda la operación, Benjamín Netanyahu.
Un ex candidato presidencial que se autodenomina profesor y ha hecho de la pedagogía el ADN de su discurso político, subió un video a X sumándose a las críticas partiendo de los ataques de Hamás y mezclando la situación con la política interna. Difícil rastrear cómo la reflexión despega en Medio Oriente y aterriza en la coyuntura nacional. Su tesis es que los trinos de Gustavo Petro reflejan que es imposible construir confianza. De su boca no salió una sola palabra sobre la tragedia palestina. En una cruda paradoja, terminó su intervención diciendo que sin confianza, todo se reduce “a la simple carreta”. Demostración pura y genuina de la retórica cantinflesca de nuestros políticos cuando se trata de temas internacionales.
Como si lo anterior no fuera suficiente, un grupo de sabios que Gustavo Gómez, director de La Luciérnaga, etiquetó como “académicos, economistas, científicos, educadores, empresarios, exfuncionarios y congresistas de todas las ideologías” redactó otra carta en la que, de nuevo, sobresalen las ausencias de alusiones a la catástrofe de Gaza, una señal de empatía a las víctimas de la ocupación o un recordatorio de las decenas de resoluciones de Naciones Unidas exigiendo el cumplimiento del derecho internacional, pero despreciadas por Israel. Cuatro puntos tienen la carta, todos orientados a la solidaridad con el pueblo israelí, y a Palestina -como buena mendiga- le corresponde la somera y acartonada alusión al apoyo de su Estado, para que no se quejen de ser ignorados. Al momento en que se publicó la carta, Tel Aviv había lanzado fósforo blanco sobre los millones de gazatíes sometidos al castigo colectivo. Cabe aclarar que no se trataba de figuras de todas las corrientes ideológicas como ambiguamente sugirió el comunicador, sino de conservadores entre las que no hay voces progresistas (¡por fortuna!). Si la carta de ex cancilleres es un monumento a la frivolidad y al descaro, ésta es un giño a la mezquindad por la valoración etnocentrista de las vidas israelíes sobre las palestinas, camuflada en la solidaridad frente al terrorismo. La cereza del pastel: repite como firmante en ambas cartas la canciller que apoyó la invasión de Irak; defendió la tesis a nivel internacional sobre la inaplicabilidad del DIH en Colombia habida cuenta de la existencia de una amenaza terrorista que implicaba la negación del conflicto armado; y embajadora en EE.UU. cuándo ocurrió el bombardeo a Santa Rosa de Sucumbíos en Ecuador.
Seguirá la maratón epistolar (incluida la carta en hebreo del Centro Democrático que parece extraída de Actualidad Panamericana o del twittero JackDeLaConcha) para justificar un genocidio que se acelera con la complicidad de un establecimiento colombiano alérgico al cosmopolitismo, ignorante de los pactos sobre justicia firmados en la posguerra con unas Naciones Unidas en ciernes (jamás equiparar la justicia con la venganza) y que, para colmo de males, se estima en capacidad de liderar un proyecto moralizador. La historia les tiene reservada la puerta de atrás, minúsculos e infinitesimales, merecen el olvido eterno.