Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor asociado de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario
Cuando pensábamos que habíamos tocado fondo con el concurso promovido por una emisora para contar las muertes de conductores de tractomulas, aparece una periodista de connotada influencia para comprobar que Colombia tiene una peculiar capacidad para cavar y caer más bajo. Ahora con dos agravantes; en la primera ocasión los periodistas tuvieron el valor de reconocer el yerro y públicamente ofrecieron disculpas mostrando capacidad de autocrítica. Esta vez no hay asomo de rectificación por una declaración en la que se habla de una predisposición del pueblo judío a la venganza, a la que se venera como una forma de justicia. La periodista logró -permita lectora y lector la informalidad- “cascar” al menos tres pueblos: árabes, judíos y musulmanes. A todos los deshumanizó con una capacidad de síntesis para expandir el odio difícilmente imitable. Segundo agravante, el mundo pasa por la peor crisis humanitaria desde la Segunda Guerra Mundial y el comentario normaliza y justifica una violencia sobre la que los medios están en la obligación de sensibilizar. No es en nombre del rating que se formulan semejantes despropósitos, sino por la desproporcionada confianza en su sabiduría de algunos periodistas (son una minoría) que se estiman en capacidad de ponderar todo incluso en cuestiones internacionales que requieren mínimos de cosmopolitismo (no necesariamente experticia). Es evidente que la periodista en cuestión no cumple con esa condición -no es su primera salida en falso-.
Colombia se ha preciado de ser un país democrático y liberal. Sin embargo, de eso parece estar quedando poco. La crisis del periodismo debilita la deliberación real y se ha favorecido el santanderismo, el apego a la literalidad y la consecuente renuncia a la hermenéutica (interpretación para la compresión), a la ambientación de los contextos (marco de la noticia) y a la decodificación de los subtextos (contenido no expreso). Todo está acabando con la posibilidad de avanzar hacia una sociedad en la que se dialogue entre pares. Esta semana dos periodistas, en medio de la búsqueda insaciable de “me gusta” en redes o para continuar con la ampliación de audiencia a expensas de la ética, la emprendieron contra el embajador de Palestina. En ambos casos ha sido evidente la incapacidad para interpretar o leer los contextos y subtextos y una obsesión con la literalidad. Lo expusieron con injurias, uno sembrando la duda de si era representante del grupo reconocido internacionalmente como terrorista, Hamás, y el otro, atribuyéndole una declaración en un titular que el diplomático no sentenció. Al primero, cientos de lectores lo corrigieron, le explicaron con paciencia (no todos, siempre se cuela algún guache o promotor de la violencia) la división desde 2007 entre Hamas que controla Gaza y Cisjordania bajo la tutela de la Autoridad Nacional Palestina, quien funge como representante ante el mundo y de la cual es parte el embajador Raouf Almalik. La catarata de explicaciones no bastó y como se ha vuelto costumbre, no hubo rectificación pues en algunos periodistas no es una muestra de profesionalismo y respeto por los lectores, sino un signo de debilidad que no se pueden permitir. El otro caso expone un mal nacional, titular sin reparo por el contenido, privilegiando el sensacionalismo, aquello que genere atractivo aceptando que, de todas formas, el cibernauta no va a leer la pieza o ver el video. Doble error, se titula mal y se acelera el tránsito de una sociedad lectora de información a consumidora glotona de titulares y estafada con la falsa sensación de quedar dateada.
La misma semana en que todo esto ocurre, Israel bombardea el campo de refugiados de Yabalia, al norte de Gaza, provocando la reacción airada de la comunidad internacional. Como se ha vuelto costumbre, el director de La FM quien solo reproduce información que atribuya responsabilidades a Hamas, pero nunca a Israel, hace hasta lo imposible por no comentar y evitar la difusión del ataque. Como Tel Aviv lo reivindica, busca a toda costa distraer. En su desespero anuncia que tras una “investigación” hallaron documentos que vinculan a Petro con un atentado contra la embajada de Israel en los 80. La pesquisa es mérito de la Comisión de la Verdad y la información aporta poco, no tiene relevancia. Como aquello no funcionó, se fabrica una noticia sobre el exfutbolista Iván René Valenciano, de ninguna pertinencia nacional y cuyos efectos en la honra de una figura pública eran ahorrables. Como alguna vez dijo Homero Simpson cuando convivió por accidente con Alex Baldwin y Kim Basinger, “los famosos nos pertenecen, su vida es nuestra” (Temporada 10 episodio 208).
En medio de lo anterior, el autor de esta columna propone un debate con Melquisedec Torres y Santiago Ángel, periodistas que, a su juicio, han incurrido en omisiones. La propuesta consistía en dialogar sobre el rol de los medios durante la violencia en Gaza e incluía a otras dos periodistas de medios alternativos de idoneidad e independencia más que comprobadas, Ana Bejarano y María Fitzgerald. Santiago Ángel pone en tela de juicio la legitimidad de interlocución por el trabajo en RTVC que quien escribe esta columna desempeña. Lo tilda de vocero del gobierno, acusación infundada, pues incluso en el medio para el que Ángel labora, se recurren constantemente a sus conceptos y no en calidad de funcionario o voz oficial de la presidencia, sino como académico y analista independiente. Lo lógico sería entonces que cuando haga apariciones en ese medio no se le acredite como profesor de la Universidad del Rosario, como sucede, sino como “vocero del petrismo”.
Cuando un periodista deslegitima a un contradictor acudiendo a su condición lo está censurando y no hay justificación posible. ¿De qué forma un trabajo públicamente conocido en RTVC (no se ha hecho a escondidas) riñe con la posibilidad de opinar sobre el rol de los medios en la guerra? ¿Los únicos facultados para deliberar son quienes laboran para privados? ¿En toda circunstancia quien trabaja para el Estado está impedido? Se ignoran dos cosas que todo periodista debe saber y deben quedar a manera de lección-excusas por la inmodestia-: Primero, el problema de los conflictos de interés no es que existan, sino que no se declaren; segundo, todos los medios sin distinción desempeñan una función pública, la única diferencia es que unos son gestionados por privados y otros por el Estado, pero trabajan con un recurso que nos pertenece a todos: la información. Presumir que quienes lo hacen desde la esfera privada tienen más libertades y están menos expuestos a conflictos de intereses es muy peligroso y se incurre en el mismo error de quienes sin matices, acusan a toda la prensa privada como vocera servil de conglomerados empresariales.
Terminaré en primera persona por la sensibilidad del tema al que me quiero referir. Me han dicho en redes: “gomerto, apologeta de genocidio, drogadicto, adoctrinador, prepago, enchufado, remedo de profesor, activista de Hamas, terrorista, guerrillero y asesino de familias”, además de desear que mi hija pase hambre, solo por dar mi opinión o formular conceptos en temas políticos nacionales o internacionales. Incluso, han etiquetado a la Universidad del Rosario (incluido el rector y a mi Facultad) -en la que enseño- para que sea despedido. Lo anterior es violencia que no puede, ni debe omitirse. Suelo leer en las reacciones a mis denuncias a estos descalificativos, frases como “¿para qué les da visibilidad?”, “no les haga caso”, “no se haga la víctima” o la máxima que hiciera célebre el humorista Andrés López y nos retrata como sociedad mediocre y condescendiente “deje así”. Poner la otra mejilla es normalizar estas conductas y la única forma de vencerlas es a través de su exposición. Cuando un periodista como Santiago Ángel y un concejal electo, Daniel Briceño, han dicho hasta la saciedad que mis conceptos y opiniones son “pagas” por el gobierno allanan el camino para la estigmatización y en algunos casos esta violencia. Me veo en la obligación de recordar que la propia Fundación para la Libertad de Prensa (Flip) le hizo un llamado de atención por este caso a quien dentro de poco será cabildante por el Centro Democrático.
Las propuestas de debate como las que valientemente hizo Ana Bejarano a “Matador” y a Jacques Simhon no deben ser leídas como duelos o pulsos. La reacción en redes en vísperas de estas conversaciones es tan reveladora como preocupante. Son asumidas en el universo de prejuicios y traumas de los colombianos como invitaciones a “darse en la jeta a la salida”, hasta cierto punto comprensible, somos un país excitado por la violencia. Todo lo contrario, son diálogos en los que personas con posiciones irreconciliables pueden confrontar desde el reconocimiento básico del contradictor como interlocutor legítimo. El valor de Bejarano está en asumir sanamente su curiosidad por los argumentos de Matador y no dejarse seducir por la comodidad del auto-convencimiento. Eliminar la posibilidad de diálogo invalidando con semejante nivel de superficialidad y estigmatización a quienes controvierten, estimula la violencia, debilita la democracia y acaba con toda posibilidad de pluralismo.