Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario
@mauricio181212
Venezuela fue a las urnas con la ilusión de generar mayores niveles de cohesión alrededor de la cuestión del Esequibo. No se trató de anexar por la vía del voto la zona en disputa con su vecina, Guyana, sino de legitimar por la vía de un mandato popular la estrategia de defensa que consiste, en resumidas cuentas, en no aceptar el Laudo Arbitral de 1899 que le concedía a la entonces Guyana británica una fracción del territorio, hoy está en disputa. La razón que ha invocado Caracas históricamente ha sido que tiempo después del Laudo, se hizo público que había sido un arreglo político y que no se falló con base en la justicia, por lo que en 1966 el Acuerdo de Ginebra firmado entre Caracas y Londres lo declaró nulo. En ese entonces, las partes se comprometieron a buscar una salida amistosa y satisfactoria. Ese mismo año, Guyana accedió a la independencia y desde entonces han tratado, aunque sin éxito, de poner fin al litigio.
En un momento crítico en el que Venezuela necesita acceso a recursos, ha decidido poner en marcha una estrategia para el ejercicio de soberanía en el Esequibo donde hay comprobados yacimientos de oro, cobre, diamante, hierro y petróleo. Esto último es muy relevante para los guyaneses que, desde hace relativamente poco, extraen hidrocarburos y han logrado niveles superlativos en el crecimiento de su economía. El oficialismo venezolano decidió buscar niveles de cohesión y unidad nacional recurriendo a las urnas no para anexar por la fuerza la región, sino para legitimar la estrategia de defensa, por eso las preguntas de la consulta iban orientadas al rechazo del Laudo del 99, descartar cualquier aceptación de la jurisdicción de la Corte Internacional de Justicia y la más polémica, avanzar en la creación del Estado Guayana- Esequiba e incluirlo dentro de la cartografía oficial en adelante. Se trata de una apuesta riesgosa y un mal antecedente pues se dejaría la sensación que el derecho interno se superpondría a la soberanía de terceros Estados. La decisión de Maduro de crear sin previo acuerdo con su vecino una zona soberana, recuerda el decreto 1946 de Juan Manuel Santos que hacía lo propio, delimitando una Zona Contigua Integral para desconocer el fallo de La Haya de 2012 y defender territorio colombiano. Aunque en ambos casos haya vastos apoyos internos, esconden una problemática común, el derecho interno y este tipo de decisiones administrativas no pueden priorizarse a los compromisos derivados del derecho internacional, menos aún cuando afecten la soberanía de terceros. El descache del oficialismo venezolano es monumental y no solo apuesta por imponerse sin una negociación con su vecino, sino que de manera forzada pretende estimular la cohesión. Si bien buena parte de la oposición apoya la unidad territorial venezolana, esa cohesión es pasajera. No significa de ningún modo contribuir a la necesaria y urgente transición política que debe terminar en elecciones transparentes el próximo año con la candidata o candidato que la oposición elija sin trabas o argucias administrativas como las que se han intentado en contra de María Corina Machado.
La estrategia venezolana nacionalista es insensata, y constituye un antecedente riesgoso en una zona acostumbrada a dirimir las controversias por la vía de la negociación. Entre las posturas más relevantes de Hugo Chávez en su momento fue el mantenimiento de la armonía con Donald Ramotar, su homólogo. Mientras ambos estuvieron en el poder, la cuestión territorial quedó en un segundo plano y funcionó el esquema de intercambio de petróleo por alimentos en el marco de Petrocaribe. La llegada de David Granger en 2015 implicó la injerencia nociva de Estados Unidos y desde 2021 con mayor intensidad, pues le urgen fuentes de hidrocarburos para compensar la salida del mercado de los 11 millones de barriles diarios que ponía Rusia. Por ende, ha hecho hasta lo imposible por apoyar a Irfaan Ali, actual presidente guyanés contribuyendo a la tensión.
Como se ha vuelto costumbre, la prensa colombiana ha repetido sin cesar que la invasión venezolana es un hecho a pesar de que no hay señales claras al respecto. Obvio, cuesta más dibujar los matices y explicar que existe una decisión contraproducente y criticar a Maduro por una decisión que por razones evidentes atenta con la soberanía de un tercero. Aquello condenable en los medios es el sesgo y las ganas de que se produzca un incremento de las tensiones para sacarle en cara a Petro la relación sana con Caracas y exigir deshacer los avances modestos pero significativos y volvamos a la anacrónica y fracasada estrategia del cerco diplomático.
No aprendemos la lección y muchos apuestan a que, por la vía de las tensiones regionales, América Latina vuelva a las épocas de fragmentación, se desmantele el multilateralismo y se imponga el unilateralismo. Se trata de un nacionalismo ramplón y anacrónico que solo conviene a los catastrofistas cuya apuesta siempre ha sido la hecatombe, única fórmula para el retorno de los mesías y de las aciagas épocas autoritarias.