Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Facultad de Estudios Internacionales Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario
@mauricio181212
No deja de ser extraña esa fascinación por los “peros” y las expresiones que permiten condenar un hecho repudiable y a la vez, dejar la sensación de que por algún motivo está justificado o atenuado. Se ha convertido en una moda que impide la condena sin matices de hechos que no pueden pasarse por alto, en particular la violencia verbal o el hostigamiento a una menor edad, tal como fue le caso de la hija de Gustavo Petro, cuyo nombre no escribiré para contribuir, aunque sea de forma muy modesta a detener en algo su injustificada e innecesaria exposición.
Conocida la rechifla a Petro en la antesala del juego Colombia-Brasil en el Metropolitano, el éxtasis de tuiteros, influenciadores, miembros de la oposición y algunos periodistas fue inocultable pues permitía corroborar, una vez más, que su popularidad no goza de buena salud. Alentados por esa victoria omitieron que en realidad parte del ruido había sido provocado por un acto violento en contra de una menor de edad. Cuando cayeron en cuenta (o se les hizo caer), optaron por la típica salida a las que nos hemos acostumbrado y que, en lenguaje de Javier Milei, sonaría a la “teoría de los dos demonios”: para recibir esas dosis de violencia, algo habrá hecho para merecerla. Dicho de otro modo, no hay víctima que sea del todo inocente.
Aparecieron en todas las versiones y proyectando nuestro espíritu vengativo las expresiones “el que hierro mata a hierro muere”, “uno cosecha lo que siembra” y quienes quisieron barnizar esas expresiones populares (que creen sabias) en ejercicio periodístico se dieron prisa por buscar desesperadamente trinos de los miembros actuales del oficialismo que justificaran abucheos públicos a Duque cuando era presidente. Empezaron a recitar los versos ya conocidos, la condena al acto bochornoso seguido del peculiar y repetido: “PEEEEEROOOO” (así alargado para enfatizar en que el verdadero mensaje viene después de la anteposición) para luego lanzar el veneno, en este caso que de alguna manera y con lógica retorcida (aunque sea un oxímoron) el actual gobernante era responsable por exponer a su hija. Es decir, el problema consiste en que los adultos “dan papaya” y no que como sociedad seamos incapaces de convivir en espacios públicos, aún pensando distinto, con el agravante de que se dirige la intolerancia hacia una menor.
Ningún mandatario puede exigir indulgencia o complacencia y la gente está en su derecho de expresar sus desacuerdos que, por la forma de comunicar del actual presidente, no son pocos. El nervio de la cuestión no está en eso. La prensa falla porque los periodistas más conocidos de las mesas de trabajo de los medios hegemónicos fueron incapaces de condenar el acto sin peros, afirmando categóricamente que los menores deben escatimarse de las controversias. Optaron por la fácil, reproducir el video en el que aparece la menor y que por el morbo generaría cientos o miles de visitas. Contradictorio porque muchos de los que difunden el video, se reclaman como demócratas y no en pocas oportunidades han señalado que Colombia está en vías de convertirse en una dictadura. ¿Ignoran que la exposición descarnada de una menor viola un derecho? ¿Dicen estar luchando por la democracia, pero no entienden los enfoques diferenciados, en especial los derechos de niñas y niños?
Han despilfarrado una oportunidad para enviar una señal de grandeza, convicción democrática y sobre todo para acercarnos a la idea de que vivimos en una sociedad que sabe confrontar sus diferencias. Nos siguen condenando a vivir bajo la consigna mafiosa de “el que la hace la paga”.