Por: Mauricio Jaramillo Jassir
Profesor de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos. Urbanos
Me han preguntado por mi opinión sobre la caricatura de Matador que no pocas voces han considerado antisemita. Me he tomado un tiempo suficiente de reflexión, porque no me parece una cuestión sencilla: primero por la catástrofe que se vive actualmente en Gaza por el genocidio contra los palestinos, como el drama que padecieron miles de israelíes inocentes el pasado 7 de octubre; y segundo, por la historia acumulada de persecución contra el pueblo judío desde Nabucodonosor, pasando por Tito y tocando fondo con la Shoa.
Intentaré dar una respuesta que contribuya a la pedagogía necesaria en estos momentos, y a su vez, matizar un debate sobre los límites entre la libertad de expresión y la apología al odio. Hace ocho días cerré mi columna aludiendo a este tema y sin esquivar el fondo quisiera recordar: “Las propuestas de debate como las que valientemente hizo Ana Bejarano a Matador y a Jacques Simhon no deben ser leídas como duelos o pulsos […]. El valor de Bejarano está en asumir sanamente su curiosidad por los argumentos de Matador y no dejarse seducir por la comodidad del auto-convencimiento.” Por eso, aclaro que no pretendo sumarme a ningún bando (porque no los hay), sino poner en consideración otra perspectiva.
La labor del arte en cualquiera de sus formas consiste en conmover, y existen muchas maneras de hacerlo, una de ellas, ha sido la disrupción. La caricatura de Matador debe ser leída como una crítica a la instrumentalización de la religión, mas no contra la comunidad judía. En contextos de democracias libres y plenas, escritores se han permitido criticar la radicalización del islam. Valdría la pena revisar las novelas Sumisión de Michelle Houellebecq o los Versos Satánicos del escritor de origen indio y nacionalizado británico Salman Rushdie sobre quien se impuso una fatwa (concepto) por parte del Ayatolah Ruhollah Jomeini en 1989 en términos tétricos: “Estoy informando a todos los valientes musulmanes del mundo que el autor de 'Versos satánicos', un texto escrito, editado y publicado contra el Islam, el Profeta del Islam y el Corán, junto con todos los editores y editoriales conscientes de su contenido, están condenados a muerte. Hago un llamamiento a todos los musulmanes valientes, dondequiera que se encuentren en el mundo, para que los maten sin demora”. El escritor hace poco sobrevivió a un intento de asesinato en Nueva York. Theo Van Gogh, realizador neerlandés produjo el cortometraje “Sumisión” (el mismo título que la novela de Houellebecq, pero sin ninguna relación) hace casi 20 años, una durísima crítica al islam que le valió la vida, pues fue asesinado a tiros en una calle de Ámsterdam. Los grupos de fieles los han acusado de promover el odio, pero las sociedades han sopesado estas expresiones y han terminado por defender la libertad. Valga recordar el horrendo asesinato de Samuel Paty, profesor de secundaria en Érangy Francia, decapitado por mostrar en su clase una caricatura de Mahoma del semanario satírico Charlie Hebdó, incluso invitando a quienes no quisieran verla a salir del aula. Es lo que Saramago denominó el “factor Dios” en nombre del cual se persigue y siempre la divinidad es inocente. El mensaje debe ser claro, criticar una religión no es una forma de discriminación y censurar esa críticas abre las puertas para que un grupo superponga sus derechos sobre otros basado en su sensibilidad.
Invoco estos casos porque son representativos de un arte que puede ser insensible, pero no constituye una apología al odio, ni al que se puede endilgar responsabilidad por el antisemitismo, la islamofobia o la arabofobia. Se trata de crudas críticas al descarado manoseo de la religión para justificar todo tipo de violaciones a los derechos humanos. No comparto la visión del islam de ninguno de los autores mencionados, incluso creo que algunas ideas proyectadas son insensibles y pueden -como decimos en Colombia- “herir susceptibilidades”, pero no son invitaciones a perseguir musulmanes, excluirlos o aislarlos. Se trata de entender que nadie puede imponer una visión sobre otra, amparado en que las religiones se basan en dogmas de fe, que muchas veces (no siempre) imposibilitan la discusión basada en la razón. Cuando Europa tuvo que tomar partido por la polémica suscitada por la publicación de caricaturas de Mahoma en el diario noruego Aftenposten, no dudó en apoyar la libertad de expresión. Es más, varios diarios europeos terminaron replicándolas en solidaridad. Las caricaturas de Mahoma no fueron retiradas, como no debe serlo la de Matador. Hacerlo es atentar contra la libertad de expresión y sentar un mal precedente.
La carta de Jacques Simhon en la que pide rectificación a Matador, parte de un supuesto jabonoso: que el caricaturista proyecta la idea de una “raza superior” cuando en el propio título del dibujo entrecomillado sobreentiende que tal noción no existe. Dice Simhon que la autopercepción de “pueblo de dios” es una generalización que no se puede extender a todos los judíos. La caricatura no pretende imponer ese lugar común, más bien se indigna por la forma en que un grupo se ha apoderado de la interpretación de quién es el pueblo de dios, es decir, expresa lo contrario que supone Simhon y es que no se puede juzgar el conjunto por una de las partes. En el fondo, la caricatura rechaza el uso del drama histórico judío para atropellar los derechos palestinos. El propio Israel se autodefinió en 2016 como una nación judía, a pesar de las reticencias varias y expresas de los israelíes y judíos en el mundo. Hemos visto a la dirigencia israelí hablar en nombre del bien y del mal en términos religiosos (la lucha entre los hijos de la luz y los hijos de las tinieblas, dijo Netanyahu).
La carta aclara que los judíos colombianos no tienen responsabilidad de lo que sucede en Gaza, porque no votan en territorio israelí. Es muy peligroso el argumento de Simhon de que haya judíos mas responsables que otros, basándose en el derecho al voto. Detrás de esa presunción existe una generalización riesgosa que estigmatiza a quienes habitan territorio israelí, pues deja la sensación que son ellos Los Radicales (con mayúscula). Ni los que votan ni los que no, son responsables por las acciones de Netanyahu y Yoav Gallant.
Claro está, existen casos documentados en esas mismas sociedades que he puesto como ejemplo, en donde la ley ha determinado infracciones y la prohibición de mensajes. Tal es el caso de Dieudonné M’bala M’bala condenado en Suiza por un show en vivo de comedia en el que puso en tela de juicio la existencia de las cámaras de gas en la Segunda Guerra Mundial. No existe ningún asomo de duda sobre el carácter antisemita del comentario.
El mundo asiste impasible a la comisión de un genocidio. Por eso es normal que aumenten los grados de disrupción en las expresiones de condena a la guerra como ha sucedido con las grandes tragedias de la humanidad. Detrás de la caricatura de Matador puede haber un humor que muchos consideren de mal gusto, insensible o flojo, pero no estimula el rechazo de un grupo en particular. El caricaturista critica sin piedad una práctica que ha pasado de agache en los medios: el poder de la religión en la política. Se acaba de conocer que casi medio millón de personas han sido victimas en España de abusos sexuales por parte de la iglesia católica, los talibanes tienen sometidas a 40 millones de personas de las que nadie habla, en Irán una joven kurda muere brutalmente asesinada por una golpiza por parte de la policía de la moral y, como si fuera poco, en Israel y Palestina murieron 1500 personas en las peores condiciones y miles más, viven bajo el asedio de un genocidio que se acelera cada minuto -mientras yo escribo y usted lee-. Todo lo anterior con la religión atravesada (no como causa sino como factor de exacerbación). ¿No es esto fundamento suficiente para criticar disruptivamente la prostitución de dios?